28/04/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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No me daréis la razón, porque sois así, pero en el fondo sabéis que la tengo. Ir a votar es una tontería. Después de cuatro meses sin gobierno, o con uno en funciones que viene a ser lo mismo, este país sigue funcionando. O por lo menos funcionan las cosas de verdad importantes.

Hace dos semanas fui a las urgencias del Hospital de León dos veces en el mismo día. Por la mañana habría unas cien personas en las dos salas de espera. A la hora que fuimos me parecieron muchas, pero las enfermeras nos dijeron que llevaban así desde Semana Santa. Un sin parar. Por la tarde aquello era la de dios es cristo. Pero todo el mundo fue atendido, y lo sé porque a nosotros nos tocó ser de los últimos. Mientras estaba allí me pregunté cuanto dinero costaba aquel desmadre. No tengo ni idea, claro, pero tiene que ser una barbaridad. Y, sin embargo, funcionaba.

La bolsa, el termómetro por el que los usufructuadores saben como anda el cuerpo económico de un país, lleva subiendo un mes, de forma que casi ha recuperado las pérdidas de primeros de año, cuando parecía que el mundo, a cuenta de los resultados del 20 de diciembre, se iba a acabar, por lo que había que follar, follar...

Mi prima, la del Riesgo, esa que se casó con un alemán, está estable dentro del pronóstico reservado, y es una gran noticia, porque el alemán es muy bruto y no se anda con chiquitas: si ve que la cosa empeora ha prometido volver a su patria y adiós muy buenas.

La fiscalía y los picoletos andan como locos desfaciendo entuertos de los golfos apanderados, sobre todo políticos, empresarios sin escrúpulos y gente de mal vivir, que se han dedicado a saquear este país casi desde que un ministro socialista de la época de Felipe dijo aquello de «a hacerse rico y maricón el último». Les cuesta un huevo esclarecer todos los tapujos y pillerías, pero, ¡que quieres que te diga!, ya están durmiendo unos cuantos en el talego, que es donde deberían de estar ‘in seculam seculorum’.

Hacienda, esa del eslogan de que «somos todos», ya está en plena campaña para que los españolitos (los nietos de Machado y de Unamuno), paguen su cuota para que todo este tinglado pueda seguir funcionando. Y los españolitos que más pagan son los normales, los miembros de la famosa ‘clase media’, que es la más solidaria, pero también la más burreada. Y eso, creo, no está bien, porque los que más tienen que cotizar a la hacienda pública son los mismos que están intentando dejar en evidencia a la fiscalía y los picoletos. O sea, son los cabrones que viven del engaño, la prevaricación o el abuso sistemático del poder. Todo, bajo su punto de vista, parte de aquello que decía Orwell en Rebelión en la granja: «Todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros».

A pesar de todo, este país sigue funcionando. Y, como dije al principio, lo hace sin gobierno, o con uno en funciones que está, mayormente, por haber de todo y que, encima, lo poco que hace es un ejemplo claro y conciso de como puede alguien creerse san dios, escojonándose del parlamento y sus controles.

Dentro de pocos días, el Rey disolverá las Cortes y convocará nuevas elecciones para finales de junio. O sea, otros dos meses sin gobierno. Una vez producidas, otros dos, como poco, para conciliábulos y acuerdos. Total, que hasta finales de agosto, con mucha suerte, seguiremos en el limbo de los justos. Nueve meses, (un embarazo, un curso escolar completo), sin gobierno. Y este país funcionando como si tal cosa. Conclusión: no votéis si no queréis perder el tiempo. He dicho.

Salud y anarquía.
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