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Volver a la mina

20/10/2022
 Actualizado a 20/10/2022
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Escribió Che Guevara aquello de «veremos si un día algún minero tome un pico por placer y vaya a envenenar sus pulmones con consciente alegría». Se nota que no conoció las comarcas asturianas y leonesas que durante tanto tiempo se entregaron a las minas como una filosofía de vida más que una forma de ganarse un jornal. No tanto porque se adentrarán con felicidad en las entrañas de la tierra, si no porque construyeron una sociedad profundamente marcada y orgullosa por desempeñar quizá el trabajo más duro y peligroso del mundo. Que fue siempre duro y peligroso incluso cuando avanzó la tecnología.

De muy niño, los pocos años que viví en Ponferrada, recuerdo aquella enorme montaña de carbón que custodiaba la ciudad como una patrona. El polvo negro cubría casi todo y durante generaciones fue creando una coraza que forjó hombres y mujeres fuertes con una capacidad de sufrimiento superior a la media. Las familias mineras habitaban esa realidad cruel de lo perecedero, la única realidad que existe, pero que ahora es un tabú impronunciable. Su trabajo era tan solo un mal necesario para pagar facturas, una droga legal y obligatoria que les permitía vivir a la vez que les enfermaba el futuro. Las minas ofrecían un presente a comarcas enteras que agonizan olvidadas desde entonces. Tampoco supo Guevara que en España fueron los mineros los que nos enseñaron a defender todas las revoluciones y que sin embargo fue la última, la revolución verde, la que los sepultó para siempre.

Lo peor que puede hacer un político es prometer el pasado y sembrar frustración alentando esperanzas rotas con inútiles promesas electoralistas. Eso son las proposiciones de ley que ha presentado Vox dicen que para resucitar las minas. No volverán porque se acabó su tiempo y a eso no lo vence nadie. La deuda del progreso con estas comarcas no es la resurrección si no la reconversión fallida que siguen esperando con la resignación heroica que forjaron sus padres y abuelos.
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