19/05/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Que Cataluña parece no sentirse cómoda integrada en España es una cuestión que nuestro país arrastra desde la Edad Media, cuando nació en sus condados una burguesía próspera al amparo del comercio textil mediterráneo. Desde entonces revueltas e insurrecciones; conflictos lo suficientemente relevantes como para derrocar validos y gobiernos.

En pleno siglo XXI seguimos en un callejón sin salida. Una sociedad dividida, una Europa atónita que se lava las manos y un camino difícil hacia una convivencia en paz.

Tras el referéndum ilegal, las elecciones legales y cinco meses de tira y afloja, al fin el Govern tiene un president que toma el relevo de un fugitivo ‘Wally’. El señor Puigdemont parece enviarnos a Torra como a un ‘mandao’, pero que no se confíe. Así empezó él mismo y ya vemos cómo se siente ahora, el rey del mambo de una república independiente que sólo existe en sus sueños. Lo peor del caso es que su paladín, que seguramente no tardará demasiado en robarle protagonismo –el poder es lo que tiene, envenena y emborracha– es un aspirante a líder de marcada tendencia xenófoba, un tirano con vocación despótica. Un hombre al que no le tiembla la voz al afirmar que en Cataluña no caben todos, que los castellano parlantes o los ciudadanos que han nacido en otras provincias son bestias carroñeras, una basura inmunda infectando sus ciudades. Torra ve belleza en aquellos que derramaron su sangre por una Cataluña aislada y sectaria, supremacista, una Cataluña cuyo ADN es muy superior al del resto de ciudadanos españoles, porque según él, Cataluña fue una colonia griega, culta y pálida, mientras el resto de España desciende de bárbaros y fenicios de tez morena y pocas luces. Una raza de abusadores salvajes. Tal es el asco y el odio que lleva este hombre infiltrado en sus venas. Demasiado hitleriano para mi gusto.

Ha pedido diálogo. Lo que no dice es que el único diálogo posible tiene en la frente escrita una sola palabra: independencia. Quiere el control de las cuentas y a Trapero al mando. Vamos, que se les ve el plumero a leguas: dinero y armas, el binomio fantástico de cualquier revolución.

Si esto no se frena a tiempo con firmeza y ley, después vendrá la exigencia de formar los Países Catalanes, y se llevarán Valencia y Baleares. Una Euskadi sola, Galicia, Andalucía tal vez…el regreso absoluto a la España medieval, con sus Reinos Cristianos y sus Taifas de dolor y sangre.

Superamos juntos una larga dictadura. Llegamos al consenso desde la generosidad. España no se puede permitir volver a empezar.
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