07/11/2019
 Actualizado a 07/11/2019
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Este que dice que entra un hombre a un bar y, con cara de vacilón, le dice al camarero: «Por favor, ¿me puede poner un café con leche de camello?». El camarero va a donde está el jefe y se lo cuenta. «No te preocupes, déjame a mí». Al minuto le planta un café delante del vacilón. «¿Le ha puesto usted leche de camello? No, no señor, es que, ¿sabe usted?, no nos queda. Le he puesto de aquel chepas, pero es de confianza». La confianza..., ¡qué difícil es tener confianza en algo o en alguien! Eso sí; en el momento que lo consigues puedes moverte en cualquier situación como pez en el agua. Lograr que confíen en ti las mujeres, los clientes, incluso los enemigos, es una tarea ardua y peliaguda. No os cuento cómo están esta temporada los políticos pensando que el domingo que viene van a entregar su alma, y sus dineros, a los votos de una pandilla de indocumentados, el pueblo, que no tiene ni puta idea de nada y se deja engañar por cualquier pamplinas... Todos, en su fuero interno, piensan, al acostarse todas las noches, ¡ay, si pudiera ganarme su confianza!

Pero, en este país nuestro, ocurren las cosas más extrañas e ilógicas del mundo. Por ejemplo: el pasado lunes debió de haber un debate en varias televisiones entre los cinco principales candidatos. No lo vi, evidentemente, porque uno no está para esos trotes, y ¡total!, para lo que me iba a servir. No lo vi, repito, pero esa misma noche sí estuve mirando varios periódicos digitales. Y surgió la sorpresa. Resulta que varios de ellos daban como ganador del debate al señor Iglesias, que Dios (perdón, Dios no, que los católicos son todos unos manipuladores y le manipulan hasta a Él), Alá, eso, que Alá guarde. Pero ¡vamos a ver!, ¿cómo puede ser ganador un político que, a parte de las tonterías que dice, que dice a lo bobo, va a perder diez diputados respecto a las elecciones de hace seis meses? ¿Es que a la gente que vio el debate le dio un aire o recibió una revelación? ¡Joder!, un poquito de seriedad. A estas alturas de la película, nadie en su sano juicio se cree que el partido del señor Iglesias vaya a mejorar su expectativa electoral. Que este señor, al que no deberían dejar presentarse en las listas puesto que ha manifestado en varias ocasiones que se siente incapaz de pronunciar la palabra España (¿os imagináis que en el vecino de norte algún candidato se negase a pronunciar la palabra Francia? Lo correrían hasta tirarlo a la presa mar cercana) sea el ganador en las encuestas post debate es una trola como las que metía Hilario el de mi pueblo. Esto significa que a los otros cuatro no hay por dónde cogerlos, que manda huevos lo malos que son; del primero, el presidente en funciones, cuya única función ha sido bloquear la formación de un gobierno, hasta el nuevo justiciero que clama consignas de demagogo profesional, el jefe de Vox, pasando por el muchacho al que regalaron la carrera de derecho en una tómbola, hasta llegar al que se va a pegar un hostiazo de padre y muy señor mío por intentar estar en el medio, como el jueves.

Si es que Alá les cría y ellos se juntan. Nunca antes en las historia de este país hemos tenido que sufrir a una panda de mermados como ahora. Es imposible hacerlo peor. Y no es que no quieran remediarlo, que seguro que sí quieren: es que, si son incapaces de hacer una O con un vaso, ¿cómo demonios les vamos a pedir que arreglen los problemas del país?

Una vez, hace tiempo, estábamos sentados en las primeras mesas del bar de Miguel. La tarde no invitaba a otra cosa que a dejar pasar el tiempo. Fuera llovía y hacía frío. Nos enfrascamos en una conversación de bar sobre no sé qué líos de tierras. Que si uno quería comprar el capital de Fulano, que de dónde demonios sacaría el dinero... Lo típico. Como no llegábamos a un acuerdo, le preguntamos a un señor mayor que dormitaba en la mesa de al lado, famoso por su ecuanimidad y buen tino. Después de pensarlo un rato dijo: «Volar sin alas, es imposible», y se acabó la discusión. Sí, es cierto que ahora se puede volar sin alas, pero el concepto estaba claro como la luz bendita. Por mucho que intentase el comprador adquirir las tierras de Fulano, no podía, porque no tenía dinero suficiente (alas), para hacerlo. Lo mismo nos ocurre con los políticos que nos aturullan soltando sandeces en los telediarios. No pueden volar porque no les han crecido las alas para hacerlo. Son gente a los que la vida y la meritocracia han colocado al frente de unos partidos políticos sin merecerlo, y nos han dado decenas de argumentos para afirmarlo. Son cortitos, como los vasos de cerveza enanos con los que los taberneros nos intentan engañar y que nuestra conciencia de borrachos arrepentidos nos hace tomar para no tener empachos.

La respuesta del chiste de las iguanas de la semana pasada: Una le dice a la otra: «Somos iguanitas».
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