Volando entre los pensamientos de José Yebra

El autor vuelve a sorprender con un excelente poemario bañado en fotografías de gran belleza. Viajemos al corazón del poeta.

Ruy Vega
22/11/2020
 Actualizado a 22/11/2020
Portada del poemario ‘Aburrimiento científico para soldados distópicos’.
Portada del poemario ‘Aburrimiento científico para soldados distópicos’.
En el exterior cargado de lluvia otoñal, en la música que envuelve el camino del día de hoy, en el viento que trae lágrimas olvidadas del último corazón roto, en las manos que sujetan la última pesadilla de una noche para olvidar… En todo eso, y en mucho más, José Yebra es capaz de encontrar una palabra que envuelva un verso, un verso que complemente un poema, un poema que hable de lo que todos tenemos a nuestro alrededor, pero que únicamente maestros como él con capaces de ver. Papá, hoy te hablo de José Yebra, un poeta con mayúsculas.
Si recuerdas, ya le habíamos dedicado una carta hace unos meses. Hoy, te traigo su último poemario, cuyo título, ‘Aburrimiento para soldados distópicos’, ya es un verso en sí, una frase de esas con las que reflexionar. Y, como en aquella otra carta, aplaudo a nuestro poeta por su fuerza. No sabría cómo explicarlo, no sabría cómo decirlo con otra palabra que se acercase más, con otra expresión u otra imagen. Creo que es un poeta con garra, de los que te impactan con el verso, de los que te golpean a la realidad, de los que te zarandean del cómodo sofá para advertirte de lo que hay ahí fuera. Bravo por él. Difícil, realmente difícil.

Además, posee algo que también tiene, sin duda, Emilio Vega, y no es otra cosa que un estilo propio definido. Y eso, como ambos sabemos, es realmente difícil en un mundo en el que todo parece ya inventado.

Este libro es especial, papá. Y lo sabrás en cuanto me detenga un poco más en él. La poesía ya no es únicamente un estilo, sino también una forma única de ver lo que nos rodea para luego plasmarlo en versos maravillosos. Quizá la poesía también la podamos sentir (aunque no encontrar) en la mirada de un niño cuando descubre la lluvia por primera vez, en las manos de la abuela que sujeta a su nieta recién nacida. La poesía la podemos sentir cada vez que alguien deja caer una lágrima a escondidas, para que nadie le vea, o en el abrazo de los amigos tras encontrarse de nuevo. La poesía la podemos acompañar, como hace Yebra, con la imagen, con el blanco y negro, con lo real y plasmado en instantes que, gracias a la tecnología, pasan a la eternidad. Y es que, además de ser un libro con los poemas en su versión inglesa y también castellana, José Yebra se alía con Malin Ellisdotter, fotógrafa sueca, para mostrarnos un conjunto único. Si te digo la verdad, no la conocía. Si te digo la verdad, desde ahora no dejaré de seguirla. Ma-ra-vi-llo-sa. No podía haber un conjunto más acertado. Recuerdo cómo el propio Yebra me contaba cómo había surgido la idea, la primera piedra de este camino que ya es libro. Acierto total, absoluto, potente. Cada imagen, como cada verso, es sentimiento y verdad, tiene fuerza y enganche como para quedarte mirando para ella mil segundos, mil minutos o mil vidas. Difícil esta tarea la de la fotografía. Papá, me encanta como son capaces los fotógrafos, esos cazadores de secuencias, de coger con su objetivo un instante preciso para convertirlo en algo ya perenne. Ellisdotter se atreve a hacerlo con cada poema de este, nuestro poeta de Cacabelos, con una maestría y acierto de aplauso sincero.

Al respecto de ello, nos dice Julia Navas, en el prólogo, que “no hay exhortación, sermones ante hechos tan consumados relatados aquí con la elocuencia de las palabras plenas de intención. No hay colores que distraigan el repaso existencial de este campo de batalla que es la vida. Y el blanco y negro de las fotografías de Malin Ellisdotter no hacen más que subrayar con la quietud del lago, de las naturalezas muertas y la soledad… Y con los miedos que las habitan”. Hermosa introducción al poemario. Y es que en estas hojas que componen sueños, hasta el prólogo es poesía.

Te pongo, como siempre, ejemplos para que puedas saborear un libro que estoy seguro que después querrás tener entre tus manos. Me detengo en el poema ‘El mundo es azul’, donde podemos leer que “El mundo es gris / sin el color / del temor de tu destino. / El mundo es azul / sin las informales / de la Tierra dentro de ti”.
Como ya sabes, como ya imaginas, Yebra nos muestra la realidad que necesitamos escuchar. Nos enseña que en el camino a veces la luz no ilumina y la oscuridad nos envuelve. Así nos lo recita en el poema ‘No existen los amantes modernos’, donde reflexiona “Nunca hemos sido modernos. / Hemos estado leyendo las mismas noticias / durante años, siglos ya. / Por tanto, ¿cómo puedes permitirte el lujo de arañar con tus execrables uñas / ese encerado antiguo y sucio de tu inútil soledad?”.

Te traslado ahora hasta ‘Tierra’. Había pensado en dejar este poema para el final, ahora entenderás el porqué. Pero he decidido dejarlo aquí, en la mitad de esta ‘Carta a ninguna parte’, como una señal en mitad del camino, que nos anima a seguir y que nos muestra el final más poético. Y es que en ese poema podrás leer, papá, lo siguiente: “Puede que la muerte no sea el final / (aunque yo he estado muerto una temporada), / y ahora anhelo la inminente llegada de tu cólera / para continuar soñando: / otra vida, otro mundo / es posible / dentro de la fertilidad / de nuestra irracional nada humana, / tan fría como carente de piedad”.

Palabra a palabra, sílaba a sílaba,
como un maestro de lo certero, José Yebra nos lleva, en su poemario, a ideas que nos muestran esa realidad que, como te comentaba, únicamente ven las almas más sensibles, los ojos más inquietos o las manos más precisas. En el poemario que lleva por título ‘Gentrificación descabezada’, que es precedido por el texto ‘La felicidad está sobrevalorada’ (por cierto, gran declaración de intenciones), podemos leer: “No, no es la soledad, / así les importe un comino / o incluso un camión lleno de mierda… / ¿Qué significa una palabra, / una sílaba, o quizá un sonido / para las entes de aquellos que nunca escuchan / la banda sonora / de sus propias mentiras?”.

Y así, papá, te podría ir mostrando verso a verso cómo el libro, enlazado con las imágenes de Malin, nos permite alcanzar la belleza, sujetar la realidad por la solada y gritar a la vida que sé de qué vas, que no me engañarás con tu sonrisa, a veces falsa, a veces hermosa.

Yebra, del que ya recordarás siempre su nombre, nos muestra, en los siguientes versos, y con los que acabo ya este pequeño trozo de papel que me sigue uniendo a ti cada día, la diferencia entre un alma artística y el resto: “¿Se curarán al fin nuestras heridas? / ¿Entenderá al fin la gente superficial / el significado del ruido artístico / que producen los huesos al fracturarse? / Nadie lo sabe. / Y no nos importa / porque este desfile de humanos / está volviendo a la gente ciega”.
Llega el momento del hasta luego, del no adiós, pero sí del distanciamiento hasta una nueva ‘Carta a ninguna parte’. Papá, sabes que cada una que escribo, tras cada letra, sílaba, palabra y línea, no hay más que, como en el caso de José Yebra, el alma de alguien que tan solo desea plasmar en texto lo que su alma grita. Por eso y por mucho más, no es inmortal el que nunca muere, inmortal es el que nunca se olvida.
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