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Viviendo en casa de los Lynnerup

29/05/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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Mis lectores con cuenta en Twitter sabrán que, además de juntar letras cada quince días en La Nueva Crónica de León, lo hago una vez al mes en Pasean2.com. Cuando me quito el traje de oficinista tengo preparado cualquiera de los otros dos: el de columnista para este periódico o el de bloguero con Marta. Por ese motivo llevo una semana elaborando esta tribuna tan peculiar, escrita más cerca de Groenlandia que de las Islas Canarias. Desde hace un par de años formamos parte de una red social que consiste en intercambiar nuestro piso con el de otros viajeros sin que medie transacción económica alguna, de forma simultánea y lo más civilizada posible. Así hemos vivido veinte días en South Boston, una semana en Toulouse y un fin de semana largo en Sarriá. La última experiencia, ésta que termina hoy, nos ha llevado hasta la casa de los Lynnerup, en Vesterbro, el barrio más hipster de Copenhague y un ejemplo de urbanismo para los señores del ladrillo ibérico. Barbas perfectas, nórdicas tatuadas, mucha bicicleta y cortos de cerveza a precio de copa en el Húmedo. El hogar de una familia media danesa no creo que se diferencie mucho de otro ubicado, por ejemplo, en Eras de Renueva. Supongo que incluye esa globalización de los gustos decorativos motivada en gran parte por la expansión continental del imperio Ikea, marca sueca, por cierto. Pero lo que más me llamó la atención fue que, en el bloque de cien viviendas donde se ubicaba nuestro apartamento, la vida fluyera en su patio trasero y no en la acera de cada fachada. Con una dimensión equivalente a un campo de fútbol, la zona común destacaba, a ojos de este cazurro, por tres características impensables al sur de los Pirineos: una caseta cubierta de hiedra, para reciclar hasta cinco variedades de residuos domésticos; todo tipo de bicicletas, la mayoría sin candar, y mesas de madera ocupadas por gente joven capaz de beber cerveza o cenar al aire libre en un silencio casi sepulcral. Viven bien estos pacíficos descendientes de aquellos feroces vikingos: salario medio mensual de tres mil euros al cambio; sanidad, educación y multitud de servicios públicos de carácter gratuito; largas temporadas para disfrutar de la paternidad; jornadas de trabajo reducidas; infraestructuras enfocadas a la sostenibilidad medioambiental y mucha libertad perfectamente administrada. No digo que sean mejores estos daneses, pero su estado del bienestar está muy alejado del nuestro, aunque, puestos a opinar, seguro que los Lynnerup dirán que tampoco vivimos tan mal los españoles.
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