Imagen Juan María García Campal

¡Vivan las palabras!

10/08/2022
 Actualizado a 10/08/2022
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Por suerte, aunque hoy estemos a 10, no estamos en mayo y, aún menos, en la Plaza de la Ópera de Berlín en 1933.

Por suerte, aunque mañana sea 11, no lo será el de abril de 1931 (¡ni un mes de República!), cuando, tras fracasar el intento de asalto al diario ABC, se inició en Madrid la quema de edificios religiosos y sus bibliotecas por ardorosos supuestos republicanos (¿qué república tendrían en sus cabezas?

Por suerte, hoy no habrá periódico que incite a la destrucción de libros como hizo en su primer número (1/8/36) el ‘Arriba España’ («Camarada, tienes la obligación de perseguir... Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas»).

Por suerte, no habrá bestias, pardas y azules, que al amparo de El Quijote, de su pasaje referido a la quema de libros por el barbero y el cura diesen en el conocido como ‘bibliocausto’ español.

Por suerte, hoy no hay en Europa escritores perseguidos cual lo fue Giordano Bruno «quemado vivo el 17 de febrero de 1600» por la Iglesia católica y su Inquisición y si se quiere quemar libros primero hay que ir a comprarlos, como hicieron en 1988 centenares de musulmanes en Bradford (Reino Unido) con la novela ‘Los versículos satánicos’ de Salman Rushdie.

Mas, aun todas estas suertes, ni España ni Europa son todo el mundo y bien sabemos que hay en este todo otros mundos y de esos otros sí llegan noticias sobre persecuciones y asesinatos de escritores. Lo hacen, por ejemplo, en el informe ‘Caos, conflicto, impunidad’ del PEN Club Internacional que se puede consultar en internet y «brinda una descripción general y una indicación de las tendencias globales, así como una guía sobre el tipo de desafíos que enfrentaron los escritores en diferentes países del mundo, en 2021».

Sí, lamentablemente en muchos países pervive el fuego de la intolerancia, ese fuego que cree en verdades tan débiles que su defensa, en vez de argumentos, exige quemar los argumentos contenidos en las obras de sus disidentes, cuando no la persecución, tortura o muerte de estos.

Por eso me repugna y condeno esa brasa rescoldada, ya llameante y presta a extenderse que denuncia Diego Medrano –«Trece, y no tres fuentes, me confirman cómo arden los libros de Amelia Valcárcel y Lidia Falcón en la Complu...»–. Arden por mano y llama ‘queer’, que no feminista ni progresista. ¿Qué feminismo, qué progreso puede aportar el fuego de la intolerancia? Le sobra a la teoría queer, amén de sus más que discutibles razones, el fuego. ¡Vivan las palabras!

Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud, versos y párrafos!
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