¡Viva los novios! sesenta años después en Cañizal de Rueda

Esther Llamazares y Ángel Díez reúnen a más de 100 personas en su boda en un pueblo que prácticamente no tiene vecinos censados, pero conserva la memoria

D.L. Mirantes
29/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
novios-canizal-28719.jpg
novios-canizal-28719.jpg
El Cañizal de hace sesenta años poco tiene que ver con el de ahora. Sigue enclavado entre las primeras cuestas de la Abadía, escondido ya del Porma y la montaña tras la puerta de esos montes que extienden sus pinos hasta las Arrimadas. Su iglesia sigue igual porque fue restaurada hace unos años gracias al empeño del pedáneo, José Antonio López, que removió Roma con Santiago para no que acabara convertida en un montón de escombros. Los accesos, sin ser ninguna maravilla, no son los de hace seis décadas y la mayor diferencia con aquellos tiempos está en el censo. La vida del Cañizal actual poco tiene que ver con la del Cañizal de 1950, pero el sábado recuperó un poco de aquellos latidos.

Esther Llamazares Alonso y Ángel Diez contrajeron matrimonio en el pórtico de la casa familiar, ante el evocador corredor de madera y piedra.

La ceremonia reunió a más de 110 personas en una localidad en las que algunos días cuesta ver pasar una docena de coches y donde prácticamente solo vive un vecino. El enlace ha sido recibido como la fiesta del pueblo. Mucho más, porque en la decisión de dos jóvenes de revivir por un día el pueblo que tanto les gusta hay mayores motivos de celebración que en una fecha administrativamente fijada en el calendario. La voluntad de Esther y Ángel les ennoblece a ellos, a su enlace y a Cañizal.

«Original y rústico» concretaron la idea los padres de la novia, Maco y Suso, tan «ilusionadísimos» como la propia pareja. Fueron unos parientes del padre, nacido en Cañizal, los últimos en casarse en el pueblo, antes de la boda del sábado. Eso fue hace unos 60 años y hoy suman 97 y 91 primaveras. Son los padres del alcalde pedáneo, que apuntala el pueblo con toda la ilusión y con la ayuda de su familia.

Una ilusión que le llevó a remozar la iglesia en los días previos a la boda, preparando ‘la casa’ como es costumbre en los pueblos de la provincia. La ceremonia la ofició el alcalde de Gradefes, Amador Aller, que desde el sábado es de los pocos munícipes, si no el único, que puede decir que ha casado a alguien en Cañizal.

Tan «rústico» ha sido el evento, que con el trillo –aunque arrastrado por un tractor y no por una caballería– prepararon la finca que sirvió para el descanso de los invitados, alojados en franca hermandad en tiendas de campaña tan evocadoras como el corredor de madera.

Los entusiastas vecinos de Valduvieco arrimaron el hombro en la pertinente hacendera para los preparativos de esta ocasión especial.

Sesenta años después el ¡viva los novios! volvió a elevarse por esas cuestas de Cañizal. Puede que pasen otros sesenta para volver a escucharlo, pero su eco quedará para siempre en la memoria de Esther, Ángel, Maco, Suso, los 110 invitados y el alcalde, pero, sobre todo, en la memoria de un pueblo donde ya pocas cosas ocurren que puedan llegar a ser recordadas.
Archivado en
Lo más leído