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Vísperas en el ‘Quiosco del papón’

13/03/2021
 Actualizado a 13/03/2021
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Los dueños del establecimiento conocido como ‘el quiosco del papón’ –los hermanos Guillermo y Julito–, abierto en el número 8 de la calle Fernández Cadórniga, cuentan, orgullosos, que el pasado año, el del presuroso y obligado confinamiento por mor del Covid –la ‘relegación’ estatal entró en vigor a las cero horas del domingo 15 de marzo– tuvieron más visitantes que nunca. Unos, clientes; otros, curiosos. Y la mayoría, afectos a la Semana Santa de túnica o de acera. El programa de procesiones, previsto entre el 5 y el 12 de abril siguientes, se había volatizado de un plumazo y de ahí ese afán colectivo –y hasta obsesivo– por paliar con una mirada en el interior del local la carencia urbana de los clásicos desfiles de encapuchados. En el desbordante corazón de la barriada del Mercado estaba el punto de encuentro.

El quiosco, reconvertido en vísperas penitenciales en un lugar de encuentro, culto y peregrinaje pasional, no ha faltado a la cita en esta nueva y atípica Semana Mayor de 2021. Había que cumplir con la tradición familiar de cristianizar el establecimiento, de convenirle en un museo menor aunque con el suficiente atractivo secularizado. Y, de este modo, al acceder al espacio presidido por un humanoide papón con la sarga y los símbolos de la cofradía de Angustias –desde el capillo hasta los zapatos–, el ambiente se transforma. ‘Huele a cera’, que dicen quienes identifican las jornadas santas con la escenificación popular y evangélica. Y sí, en el ‘quiosco del papón’ huele a cera y a incienso. Y, si se libera la ensoñación aquietada desde doce meses atrás, también a lirios, que es flor de contrición inequívoca.

De manera, que las piezas y los enseres de la doméstica muestra se reciben a la izquierda del quiosco sobre un humilde y penitencial altar en forma de triple estante, revestido, de arriba abajo, con tela bruna y mortificadora. La primera seña y color obligado de aquellas cofradías de los siglos XVI y XVII –hoy cuatro veces centenarias– que llenaron, y llenan, conesfuerzo y paciencia las trágicas horas del Viernes Santo.

Las peanas del altar se derraman de calidez y simbolismo. Todo en ellas está ordenado. Y así, en el ático del artesanal ‘retablo’ se recibe a una ‘manola’ con su rosario y su luto y, en el centro, a modo de presidencia, un fundamento de Nuestra Madre de la Divina Gracia, de la cofradía ‘negra’ de Jesús de la Redención. A su lado, una cruz con sudario, esponja, escalera y lanza y hasta el mismo Gallo de la Pasión. Un poco más abajo, en el primer cuerpo del cuadro museístico, se acoge a un San Juan amantado, al Nazareno de Santa Nonia –el Señor de León– y un pequeño y sutil crucificado. También, la Verónica y su confortado paño de sangre y agua y, un poco más allá, la tradicional ‘saca’ de ‘una perra p’a Jesús’, petición limosnera que se instala el Jueves Santo –el Día del Amor Fraterno– en la entrada del templo que titula la esposa de San Marcelo.

En el segundo y último cuerpo se contemplan los vistosos monaguillos de la procesión de Los Pasos, unas vinajeras con sus dos contenidos y la mesa de la Última Cena con el cáliz, el pan y el vino. A su orilla, una vela y su candelero de hojalata y cristal, un incensario y una campanilla. Y el remate, la Ronda del Dulce Nombre de Jesús Nazareno –esquila, clarín y tambor–, acompañada de la ‘voz’ que en la madrugada de Viernes Santo clama por calles y plazas lo de «levantaos hermanitos de Jesús, que ya es hora».

Hay más cosas, bastantes más, en el seductor museo. Pequeños detalles que acompañan la expresión ornamental ideada por los hijos de Lucía y ‘Canito’, los hermanos que con tanto ahínco viven la Semana Santa. Ellos y cuantos se acercan cada primavera al ‘quiosco del papón’, casa y refugio de inquietudes y túnicas.
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