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28/04/2021
 Actualizado a 28/04/2021
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El 22 de Marzo, se celebraba el ‘día del agua’. Así, por la buenas. Porque a algún ocioso de la Unesco se le ocurrió. Y con la repetitiva caja de resonancia que son los medios de emisión –comunicar es otra cosa– bailamos a la música que nos tocan.

Como parte interesada, la CHD habla sobre «el uso sostenible –qué palabra más gastada– de un recurso escaso... basado en la innovación y digitalización del sector». Tal como suena, parece que el agua pronto dejará de ser H2O. Pero todas estas parrafadas, no son sino palabrería y tecnicismos para recordarnos que existen, que están ahí. Una jerga de la que debemos de desconfiar, pues es idéntica a la que utilizan los políticos y altos cargos.

Hablar de ‘digitalización¡’ aquí y ahora, en esta provincia, es el camelo publicitario de una mala gestión hacia la población rural y hacia las personas mayores. Si ya era un abuso lo de de internet, ahora, con la pandemia, el problema se agrava pues la vía telemática es la única forma de acceso a todo tipo de comunicaciones y gestiones administrativas.

Una afrenta a sabiendas, porque son muchas las localidades que, a estas alturas, carecen de la más mínima señal, para una imple llamada telefónica. Tampoco se tiene en cuenta, a las personas que, por razones de edad o cualquier otra causa, han llegado tarde a la era digital y son incapaces enfrentarse a un ordenador (o pagar una línea de movistar, orange u otros operadores). Para éstos, los únicos contactos tecnológicos a que acceden suelen ser la radio y la televisión.

Plataformas, web, aplicaciones, descargas... son conceptos que no se entienden. Un misterio por el cual muchas personas no saben lo que pagan o lo que tienen, porque ya no les llega el recibo de la luz, del teléfono por carta. Otro drama es el banco. El cierre de agencias y la limitación de personal –estrategias que van a poner, de momento, a más de ocho mil trabajadores en la calle– persiguen que cualquier operación se haga a través del móvil. ¿Qué pasa con los recibos del ayuntamiento, la ITV, la asistencia sanitaria, la declaración de la renta, y tantas cosas?

Nos estamos cargando la comunicación verbal, la auténtica, con matices, tonos de voz e inflexiones, que también forman parte de la información. Y hablamos con autómatas o grabaciones que no permiten la menor réplica. Pulsar un número, que remite a otro, que no da respuesta a lo que necesitamos. Y cuando topas con el muro de «que sus operadores están ocupados» ya no sabes si esperar, decirles que contraten a más personal, que hay mucho paro... O mandarles a la porra. Pero es igual, porque no te escuchan. Sólo eres un número.

Un caso particular, pero elocuente, era el de mi abuelo. Estaba yo en mi cuarto preparando unos exámenes, la casa en silencio, cuando se despierta de la siesta, y arrastrando las zapatillas por el pasillo, se acerca al teléfono –antiguo como el de Gila– para llamar a su hijo: «¿Eloy? ¿Eloy? Insiste... Espera y vuelve: ¡Eloy! Al otro lado alguien le diría que no había tal con ese nombre. Y el abuelo, airado, zanja la conversación con un ¡Maaanda carayo! ¡Si no es Eloy para qué se pone!»

Otro caso más crudo, la película ‘Me llamo Daniel Blake’de Ken Loach. Las peripecias de un trabajador, incapacitado, que pide una ayuda social, en medio de una burocracia inhumana y unos funcionarios desalmados. Muy familiar. Muy recomendable.

Al final, un golpe de suerte y Eloy apareció con la caja de aspirinas.

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