Secundino Llorente

Visigodos y visigodas

18/11/2021
 Actualizado a 18/11/2021
Guardar
La Organización de Naciones Unidas define el lenguaje inclusivo en cuanto al género como «la manera de expresarse oralmente y por escrito sin discriminar a un sexo, género social o identidad de género en particular y sin perpetuar estereotipos de género». La Real Academia Española se reafirma en su postura en contra del lenguaje inclusivo y defiende que: «el masculino, por ser el no marcado, puede abarcar el femenino en ciertos contextos. No hay razón para pensar que el género masculino excluya a las mujeres en tales situaciones». Arturo Pérez-Reverte, escritor y miembro de la RAE, dice que el empleo de circunloquios y sustituciones inadecuadas: «diputados y diputadas electos y electas en vez de diputados electos, resulta empobrecedor, artificioso y ridículo». Pero esta fiebre inclusiva va a más y se ha dado rienda suelta para meter la pata en el uso de la lengua y si esto lo hace hasta la ministra de Igualdad que habla en una comisión de miembros y «miembras» o la portavoz de Unidas Podemos en el Congreso que defendía el uso del término «portavoza», saltan las alarmas. Pero ¿qué quieren que yo les diga? Las dos ya son famosas y van a pasar a la historia, no por su cometido como ministra o portavoz sino por sus «miembras y portavozas». Esta estupidez del lenguaje no sexista o inclusivo tenía que explotar por alguna parte. La mecha la han encendido esta semana los ‘libros de texto’. Para el próximo curso escolar las expresiones «niños y niñas» podrían desaparecer de la redacción de los libros de texto de estudiantes en algunas comunidades autónomas como Madrid, Andalucía y Murcia; mientras que la Comunidad Valenciana, las Islas Canarias y La Rioja apuestan por mantener el lenguaje inclusivo. La polémica está servida. La solución no está fácil. Si lo tomas demasiado en serio, puedes enloquecer. Un ejemplo, la Lomloe son 85 páginas en el BOE. Se podrían haber ahorrado muchas si no se hubiera adoptado ‘a rajatabla’ la política de lenguaje inclusivo, no sexista, con desdoblamiento de cientos de palabras en masculino y femenino. «Alumnos-alumnas» o «profesores-profesoras» se repite constantemente. Este mantra ‘podemita’ se ha extendido como la pólvora en toda España. Hoy todos los documentos oficiales están llenos de lenguaje no sexista e inclusivo.

Me rindo. Posiblemente deberíamos rendirnos todos y entrar por el aro de la inclusión. No podemos hacer oídos sordos a la realidad. Tenemos que aceptar la derrota con elegancia y admitir que el lenguaje inclusivo se ha introducido en todos los ámbitos. Se ha impuesto en las cámaras del Congreso y el Senado. Es una realidad en la enseñanza tanto preuniversitaria como universitaria. Está en los medios de comunicación social, especialmente en la radio y la televisión.

Trataré de dar un giro de ciento ochenta grados a mi artículo para ir en dirección contraria y tratar de entender los razonamientos opuestos que tanto éxito tienen. El lenguaje inclusivo en este momento se ha impuesto y debería ser aceptado como norma en toda España. Hay que reconocerlo. La primera que debería entrar por el aro sería la Real Academia Española de la Lengua que se aferra al pasado y basa su defensa en que el criterio básico de una lengua debe ser la economía, o sea, decir lo máximo con el menor esfuerzo posible. Por otra parte, el uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos y por lo tanto sobra en femenino. Ese criterio no es aceptado en la calle, especialmente por la bancada de la izquierda. No hay otro remedio que adaptarse a la realidad. Los profesores tienen que empezar a dirigirse en la clase a los alumnos y, también, a las alumnas, porque no pueden despreciar a la mitad de la clase dirigiéndose sólo a los alumnos. Se queja el profesorado de que este lenguaje inclusivo se haya metido también en las oposiciones del profesorado y son valorados con mejor puntuación los que utilizan el lenguaje no sexista. Pero es que no puede ser de otro modo. No me extraña que ahora en algunas comunidades, como la valenciana, traten de suspender a los que siguen utilizando el lenguaje no inclusivo y machista. El razonamiento es muy sencillo. Si un opositor expone un tema titulado ‘los visigodos’ y saca un 8 de nota, como se ha dejado la mitad del tema sin tratar, ya que la población germánica que invadió España en la Alta Edad Media no fueron sólo los visigodos-hombres sino también las visigodas-mujeres, su nota tiene que dividirse por dos y, por lo tanto, suspender con un cuatro. Otro tanto pasa en el Congreso de los Diputados donde el pobre presidente del Gobierno trata de dar ejemplo a todos los diputados de cómo deben dirigirse a la cámara, pero la oposición se obceca en no seguir sus instrucciones. Señor Casado, ¿Tanto le cuesta añadir una conjunción copulativa ‘y’ con el femenino detrás, para que así usted estuviera dirigiéndose no sólo a los diputados sino también a las diputadas del Congreso? ¿No se da cuenta de que usted con su lenguaje está echando fuera del hemiciclo a las 152 mujeres representantes de toda España?

Esta es la realidad. Es este un tema muy serio. Quisiera poder darle a mi artículo la misma seriedad que don Miguel Gila transmitía en sus monólogos al teléfono sobre la guerra: «¿Es el enemigo? ¿Ustedes podrían parar la guerra un momento? Le quería preguntar una cosa: ¿van a avanzar mañana?, ¿a qué hora? A las siete estamos todos acostados, ¿y no podrían avanzar por la tarde, después del fútbol?». Ojalá que, apoyándome en la ironía, podáis entenderme. Lo podría resumir con la frase de don Francisco Rodríguez Adrados de las Reales Academias Española y de la Historia «sustituir los funcionarios por los funcionarios y las funcionarias, es tonto e inútil, destroza la economía del lenguaje. Es grotesco».

Y me dan pena las editoriales de libros de texto. Lo que les puede caer encima con la debacle de la elección en los colegios de textos inclusivos y no inclusivos.
Lo más leído