18/06/2020
 Actualizado a 18/06/2020
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«¡Don Lucas Prada y Regato!,–se aproxima una mozalbete–, ¡A ver, lección diecisiete: Viriato, ¿quién fue Viriato?». «Viriato fue un monarca anglosajón, hijo del gran Cicerón y de la bella Friné. En el sitio de Crimea y en la guerra de Corea, Viriato entró en Zalamea y se encargó del Imperio...».

El relato sigue con un montón de errores históricos, recorriendo el imperio Austro-Hungaro, los campos de Trasvaal, la batalla de Lepanto y un montón más de inexactitudes dignas de mejor causa. No obstante, el profesor, al final de la disertación, dijo: «como los hechos que nos ha contado no han sucedido así, pero pudieron muy bien suceder y en premio a su desbordante imaginación, le pondré... Sobresaliente». La poesía es demasiado grande para ponerla entera, aunque merece la pena. Me la pasó, hace mucho tiempo, Benigno, un señor de mi pueblo, de profesión libre-pensador. Me acuerdo mucho de Beni últimamente. De seguir vivo hoy, miraría socarronamente los periódicos y los telediarios y emprendería su paseo hacia el bar despacio, con las manos entrelazadas a la altura de la cintura y, al llegar, pediría su vino, lo bebería despacio, muy despacio y esperaría a que llegasen los de su cuadrilla, la agencia EFE, para hablar de las cosas que de verdad tienen importancia. No le resultaría extraño todo el follón que se está montando a cuenta de la ‘revisión’ de la historia. Todos los poderes, desde Hammurabi hasta hoy, han pretendido escribir la historia a su gusto. Les iba en ello su legitimidad. Es, claro, un error. La historia es la que es. Podemos distorsionar el presente, pero no el pasado. El pasado está ahí, nos guste o no. Todas las civilizaciones han cometido tropelías y asesinatos; han comerciado con seres humanos; han destruido a otros imperios que les molestaban; han masacrado poblaciones enteras y se han quedado tan anchas. Se tiene constancia de la esclavitud desde diez mil años antes de Cristo. Los griegos, (tan admirados como inventores de la democracia), tenían esclavos; los romanos, esos mismos que nos quitaron el pelo de la dehesa a todos los europeos, consideraban normal comprar a otros hombres para que hiciesen los peores trabajos, para que educaran a sus hijos, para combatir en el Circo. Si el amo se levantaba un día de mal humor, podía matar a todos sus esclavos y nadie le podía decir nada.

Y, sin embargo, esos mismos hombres, nos dejaron el idioma y el derecho sobre el que hemos construido nuestra sociedad. Julio, el hombre más importante de la antigua Roma, también tenía esclavos a su servicio. Quiero decir que aunque está muy mal, antes y ahora, que existan hombres que sirvan a otros sin recibir una recompensa a cambio, tenemos que mirar las cosas en el contexto que sucedieron o que suceden. Un esclavo griego o romano, no vivía peor que los obreros ingleses de la revolución industrial o que los campesinos andaluces del siglo XIX o mediados del XX. Tenemos que asumir lo que ocurrió, aunque no nos guste. Por suerte, las cosas no son iguales, en la mayoría de los países, que entonces.

Los franceses siempre han ido por delante de nosotros y de muchos. Su presidente, un tipo que no me cae especialmente bien por sus ideas y lo que representa, nos ha dado una nueva lección: no se revisará su historia. Ni se quitará ninguna estatua de sus paseos y avenidas. Si no te gusta Napoleón, si estás en contra de lo que hizo Napoleón, cuándo pases delante de una de sus miles de estatuas, mira para otro lado. Así de sencillo. Se nos está yendo de las manos. Han pintado de rojo una estatua de Indro Montanelli, el mejor periodista italiano del siglo XX y el historiador más ameno que uno ha leído, por no se qué turbio asunto que protagonizó en 1930 en Etiopía, casándose con una menor. Con todo el respeto, ¿que tiene que ver el culo con las témporas? ¿Qué culpa tiene Colon de haber descubierto, accidentalmente, un continente? ¿Es él responsable de todos los desmanes y abusos que se sucedieron, hasta hoy, en América? ¿O fue Cook el que masacró a todos los nativos australianos? Por supuesto que no; para eso, los Imperios mandaron gente especializada en robar, matar y someter. Hoy, Australia y Nueva Zelanda son, seguramente, los países donde mejor se vive del mundo. ¿Es necesario, para tener tranquila la conciencia colectiva, censurar y olvidar al capitán Cook?

Al final, es lo que decía Julio: «La mujer de César no sólo no tiene que ser puta; tiene que parecer que no lo es». La inmensa mayoría de los que ejercen el poder no lo parecen. Unos gobernantes que merezcan ese nombre no intentarían pescar en aguas revueltas, no harían todo lo posible por hacer una enmienda a la totalidad de la historia de sus pueblos. Simplemente la respetarían. Y no intentarían sacar partido de ella. Salud y anarquía.
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