Violeta Serrano: "No hay muros que paren la desesperación humana"

La escritora de origen maragato se adentra en el ensayo con ‘Poder migrante’, una reflexión sobre todo aquello que han cambiado las sociedades globales a través de la inmigración

David Rubio
28/10/2020
 Actualizado a 28/10/2020
La escritora Violeta Serrano se fue a Argentina con motivo de la crisis de 2008. | ALEJANDRA LÓPEZ
La escritora Violeta Serrano se fue a Argentina con motivo de la crisis de 2008. | ALEJANDRA LÓPEZ
Vive con un pie en Valencia, el otro en Argentina y el corazón en Astorga. Vive, en realidad, en los libros, que son su gran pasión, tanto desde el punto de vista profesional como del personal. Dice que los géneros están ahí por algo, para utilizarlos, y lo demuestra. Su última obra es un ensayo, ‘Poder migrante. Por qué necesitas aliarte con lo que temes’ (editorial Ariel), que acaba de llegar a las librerías, una reflexión sobre lo que ha cambiado nuestra sociedad la llegada de la inmigración: «Nos creíamos solidarios, abiertos y progresistas hasta que la incomodidad llamó a la puerta de nuestros barrios, escuelas y hospitales».

– ¿Cómo surgió la idea de dedicar un libro al fenómeno de la inmigración en España?
– De mi propia experiencia como migrante a la inversa. Como muchos jóvenes en España, y desde luego en nuestra querida tierra de León, me tuve que ir tras la crisis de 2008. En mi caso fue a la Argentina y esa decisión me cambió la vida. Ya nunca volví a ser la misma persona: fue muy difícil abrirme paso tan lejos y un país tan distinto –aunque no lo parezca– pero transitar ese camino me abrió la mente de tal forma que me niego a afirmar que los migrantes sean personas a las que debamos subestimar. Al contrario, son poderosos, y por eso, tal vez, se les trata de estigmatizar como hace, por ejemplo, Donald Trump.

– ¿Cómo ha estructurado y enfocado el libro para afrontar una cuestión que ha transformado la sociedad española?
– Ya no se puede tratar el fenómeno migratorio como algo restringido a un país específico. Vivimos en un mundo globalizado e hiperconectado y es ahí donde está la clave de la cuestión. Migrantes, ahora, somos todos. Nos sentimos vulnerables, atemorizados y perdidos ante las proporciones de la incertidumbre que estamos atravesando. Eso es justo lo que les pasa a las personas que se van dejando todo atrás a abrirse paso lejos de casa. Mi objetivo en este libro es darle la vuelta al fenómeno: no se trata tanto de temer a lo extranjero sino de entender que todos los somos y que, entonces, aquellos que tienen experiencia en este campo pueden ser maestros para nuestras sociedades y no amenazas.  
 
– Pasar de la novela a la poesía a un cambio radical, pero pasar de la poesía al ensayo ¿no es como practicar dos deportes que no tienen nada que ver entre sí?
– Entiendo que los géneros están ahí para usarlos, son como herramientas. Hay veces que uso la poesía para expresarme, otras la novela y ahora, el ensayo, según qué considere que funciona mejor para lo que quiero transmitir a mis lectores.  
 
– Desde que la inmigración comenzó a aparecer de forma habitual en España, supongo que a finales del siglo pasado, ¿qué hemos aprendido y que deberíamos haber aprendido ya?
– Sin duda. El racismo no es algo que se genere de abajo hacia arriba, sino al revés. No lo digo yo, sino el especialista en discurso de la UPF Teun Van Dijk, que también aparece en este libro. En un momento tan complejo como el actual, muchos políticos usan la figura del migrante como palanca para conseguir votos entre las personas más vulnerables, las que han perdido todo y necesitan encontrar un culpable. Y cada vez son más. Pero desgraciadamente, no es tan fácil como eso. No ayudar a quien necesita nuestro apoyo no cambia los problemas económicos de base, que yo diría que enraízan en el sistema financiero que hemos dejado que avance como un huracán absurdo. Es curioso porque son narrativas que, si ponemos frente al espejo, se deshacen rápidamente. Me explico: un votante de VOX odiará a un separatista catalán, sin embargo, el discurso del odio a lo diferente que se usa desde la narrativa política de uno y otro lado es peligrosamente similar. Buscar chivos expiatorios es muy útil para conseguir votos, pero es mentira que España robe a Cataluña o que un negro de África te venga a quitar un trabajo que seguramente no quieras hacer. Son argumentos simplistas que, lógicamente, en un momento en el que todos tenemos miedo, calan muy bien. Y eso hace que la democracia peligre. Como ves, es un tema bien complejo que hace falta entender para estar prevenidos y salvar el diálogo y la paz. Lo contrario no nos gustaría a ninguno, así que conviene entenderse.

– ¿Hasta qué punto cree que es habitual entre los españoles que sean tolerantes con los extranjeros únicamente hasta que tienen un problema directo con ellos?

– Creo que es exactamente así. No somos racistas. Otra cosa es tener un problema con una persona en particular que pueda ser extranjera o no, pero eso es secundario. No favorece a esta concepción el hecho de que muchas veces ciertas narrativas políticas –lo hizo VOX en la moción de censura que intentó hace poco– digan «delincuentes inmigrantes» uniendo en la misma frase una cosa y otra y repitiéndolo hasta el cansancio. No, señor, se puede ser delincuente siendo español también. Las cárceles están llenas. Unir una palabra y otra sistemáticamente no es casual: es una estrategia para sembrar el odio y dirigirlo adonde menos falta hace, es decir, hacia personas vulnerables e indefensas como lo fui yo, por ejemplo, cuando me fui de España con 25 años y como, seguramente, lo sean los hijos de muchos leoneses y leonesas que han visto cómo tenían que emigrar para buscarse la vida lejos de su tierra y de sus afectos.

– ¿Hacer una sociedad más tolerante con los inmigrantes está reñido con medidas que protejan o beneficien de alguna manera a los nativos?
– No lo creo. De hecho, para conseguir ayudas similares a las que reciben los españoles en situación de vulnerabilidad, los migrantes deben tener sus papeles en regla y eso no es nada fácil de lograr. Podría contarte cuánto me costó a mí, siendo europea, lograr tener mis papeles en Argentina y te podrás imaginar lo que le puede costar a alguien que ha llegado de manera ilegal. ¡Es una barbaridad decir que tienen ayudas porque sí! No, señores, ser migrante no es nada fácil, al contrario, te pone la piel dura porque tienes que superar un obstáculo tras otro simplemente para hacer lo que hace la gente que se va tan lejos: intentar mejorar sus condiciones de vida trabajando.  

– Muchas personas ven amenazadas determinadas identidades por la llegada masiva de la inmigración. Con permiso del resto de dramas de la actualidad, como el sanitario, ¿es la lucha por la identidad el gran problema de nuestra sociedad?
– Sí: nos sentimos perdidos. La globalización ha traído cosas buenas pero también frenéticos peligros. Y uno de los más importantes es este. Nuestro sistema de referencias se tambalea, no sabemos qué somos, qué hacemos aquí, hacia dónde vamos. Y eso es un peligro porque, como te decía, en ese marco instalar narrativas de odio a lo diferente desde ciertos discursos políticos es muy fácil. Lo hizo Trump, tratar de rescatar la gloria del norteamericano puro –como si eso existiera– frente a los latinos, por ejemplo, cuando son cada vez más la propia identidad de esa tierra mixta. La mezcla en un mundo global es imparable y las identidades transnacionales serán la norma, no la excepción. Es absurdo intentar parar eso: ya no nos sentimos patriotas, sino unidos por afinidades electivas que no tienen que ver con nuestro lugar de origen sino con las causas que defendemos o con aquello con lo que nos sentimos identificados. Por ejemplo, la muerte de Floyd por la policía hizo que medio mundo siguiera el hastagh #BlackLivesMatter, lo mismo ocurrió con la lucha por los derechos de las mujeres con el #niunamenos. Somos identidades globales, no nacionales: eso no existe más. Y da miedo, claro, porque el cambio es brutal y se ha producido en muy poco tiempo, seguramente por el auge de las redes sociales.  

– Los inmigrantes, en muchas ocasiones, terminaban trabajando en empleos que los españoles despreciaban, sin embargo, ¿no crees que la crisis generada por la pandemia no ha cambiado eso y que los españoles siguen sin querer realizar determinados trabajos a pesar de las necesidades?
– Eso aún no lo sabemos. Si esta nueva crisis cambiará las prioridades, aunque lo dudo y te explico por qué de una manera muy sencilla. Un inmigrante estará dispuesto a vivir en condiciones precarias fuera de casa sabiendo que, lo que gana, por poco que sea, siempre será más de lo que ganaba en su país de origen. Eso cambiará sólo cuando se sienta adaptado y mejore. Por ejemplo, yo me fui a Argentina porque lo que ganaba en España era menos. Y allí aceptaba lo poco que tenía al principio porque era extranjera. No lo haría en mi propio país porque sencillamente no me daba para vivir. España tiene un problema: sus sueldos son muy precarios para tratar de tener un estándar de vida europeo. Eso hace que las clases medias se adelgacen y la consecuencia de eso sí debería darnos miedo. La desigualdad genera violencia y entonces España dejará de ser el paraíso de seguridad y confort que conocemos. Hemos naturalizado, por ejemplo, dormir con la puerta abierta ¡yo lo hago en mi pueblo! Pero eso es imposible en países donde hay gente que no tiene para comer. Si no corregimos la desigualdad, esto también pasará y no hay muros que paren la desesperación humana.  

– ¿Cuáles son ahora tus siguientes proyectos?  
– Publicar la novela ‘El fin de la primavera’, que escribí cuando terminé la investigación para este ensayo.
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