06/09/2021
 Actualizado a 06/09/2021
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Hablan en los medios de «violencia vicaria» glosando los reiterados casos de asesinatos de hijos niños por parte de sus padres para hacer sufrir a las madres después de la separación. También de la «muerte sin duelo» al referirse a los ancianos que se van al otro mundo en las residencias de ancianos por culpa del Covid. Y de «Violencia de género» en general. Vocabulario de la infamia. Hasta un «delito de odio» existe en nuestra jurisdicción. De él habla Fernando Aramburu, en su nueva novela ‘Los vencejos’ (pág. 177) Y de los «horrendo crímenes de género» (pág. 83). Aunque, con ironía, su protagonista dice: «Quizá el odio que yo he profesado en el curso de mi vida no haya sido de buena calidad».

Esta violencia vicaria, en realdad, es una venganza incardinada en un tiempo y en una sociedad poco propicia a transigir ni un gramo, y dispuesta a sacrificar lo más valioso con tal de hacer el mayor daño posible al opositor. No es la venganza de Don Mendo, por recurrir al teatro. Pero algo tiene que ver con la de nuestro Guzmán, el que desde lo alto de su columna apremia a los viajeros con su famosa advertencia. «Si no te gusta León, ahí tienes la estación» el hombre honorable y ejemplar dispuesto a sacrificar a su hijo en aras de cumplir con su obligación diciéndoles a quienes le amenazaban con matar a su hijo si no rinde la plaza de la cual era teniente gobernador. «Ahí les tiro a ustedes mi propio cuchillo para que lo maten; pero la plaza no se rinde». Y, por ello, por este acto ¿de valor? ‘El Bueno’, lo ha llamado y sigue llamando la posteridad.

Hasta el mismo Dios utilizó este tipo de violencia cuando le pide a Abraham el sacrificio de su hijo, aunque detuviera in extremis la obediente mano del ejecutor: «Detente, Abraham; no mates a tu hijo Isaac».

Algunos de nuestros poetas han querido terciar. Cada cual con su receta. La de Felipe Benítez Reyes nos la da su poema: ‘ADVERTENCIA’.

«Si alguna vez sufres –y lo harás– / por alguien que te amó y que te abandona, / no le guardes rencor ni le perdones: / deforma su memoria el rencoroso / y en amor el perdón es sólo una palabra / que no se aviene nunca a un sentimiento. / Soporta tu dolor en soledad… / Y aprende dignidad en tu derrota, / agradeciendo a quien te quiso / el regalo fugaz de su hermosura».

¡Oh, la tan olvidada dignidad! El mejor remedio contra el espantoso y espantable: «Corán y Kalahsnikov».
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