02/01/2018
 Actualizado a 14/09/2019
Guardar
No le llamaremos violencia de género, porque no estamos de acuerdo con la ideología del mismo nombre. Podríamos llamarle violencia machista, pero también puede haber violencia feminista. Quedémonos en violencia doméstica o violencia familiar. Es un auténtico drama que se repite un día sí y otro también. Aunque hubiera un solo niño que presenciara tan horrendas escenas, ya sería alarmante. Nuestros políticos parece que están dispuestos a poner freno a esta plaga, pero ni lo tienen fácil, ni es solo responsabilidad de ellos. No es fácil, porque no es sólo cuestión de represión. Es como si a un suicida se le amenazara con la pena de muerte. A muchos maltratadores asesinos ni siquiera les importa su vida.

Parece obvio que es necesario hacer un concienciado estudio científico para analizar cómo es posible llegar a estas situaciones, pues no valen explicaciones simplistas. En primer lugar hay que distinguir tres tipos de violencia: psicológica, verbal y física. Esta última puede ir desde los malos tratos hasta la provocación de la muerte. Siempre se empieza por poco, y es necesario atajar el mal a tiempo, al menor síntoma. El noviazgo debería ser un período en el que no se quemen etapas, un tiempo de observación, sin entregarse prematura y precipitadamente a la otra persona de manera total, como si fuera irreversible, no dando importancia a esos pequeños o grandes gestos de violencia de cualquiera de estos tres tipos, motivados por un afán de dominio y posesión a toda costa, de celos patológicos o de falta de respeto. Sabemos que el amor es ciego y que a veces puede distorsionar la visión de la realidad. Llegar e entender todo esto forma parte de la educación.

De ninguna manera se puede justificar cualquier tipo de reacción violenta, pero si se tienen en cuenta los estudios de la psicología sobre la motivación de la conducta humana, reconoceremos que a veces se crea un caldo de cultivo o unas condiciones en la mente humana que, aunque no las justifiquen, pueden explicar las reacciones más inverosímiles. No todos los casos son iguales. Cada persona es un mundo y no siempre es fácil, desde fuera, ponerse en el lugar del otro. Hay maltratadores que parecen malos por naturaleza, mientras que otros podrían ser ellos mismos víctimas de un estado de ansiedad que les lleva a perder la razón. En cualquiera de los casos estos lamentables sucesos son el fruto de una sociedad moralmente enferma. Algo habrá que hacer. No podemos resignarnos a que todo siga igual.
Lo más leído