10/05/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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No me preocupé ni un tanto así de los sucesos de ‘la manada’. Ahora sí, claro, porque es imposible, a día de hoy, dos semanas después de conocerse la sentencia, no hacerlo. A simple vista la cosa está clara: cinco tipos colocados y borrachos como cubas violan a una pobre chica. Aquí si que no hay vuelta de hoja ni interpretaciones imaginativas; estos cinco hombres forzaron a una pobre chica, que seguramente también tenía lo suyo encima (no olvidemos que sucedió en Pamplona, en San Fermín, donde casi todo puede ocurrir), y la dejaron tirada como un trapo después de haber consumado la ‘hazaña’. Cualquier persona normal pensaría que los de ‘la manada’ serían condenados por violación a veinte años, o más, de talego. Pero no fue así; los jueces interpretaron que no fue una violación sino un delito sexual, por lo que la pena se ve rebajada a nueve años en el trullo. Hasta uno de ellos afirma que no hubo ni siquiera tal delito porque la cosa fue del agrado de la muchacha, o sea, sexo consentido.

Mucho se ha hablado de este juez, del que ignoro hasta su nombre. Hasta tal punto que el ministro del ramo ha llegado a afirmar que «tiene un problema y todo el mundo lo sabe». Al ministro, los jueces, le han puesto pingando por esta afirmación, en un claro ejemplo de corporativismo. «¡Hasta ahí podíamos llegar! ¿Quién es él para dudar de la solvencia de un juez?». El asunto es que el ministro no ha dicho cual es el problema de este hombre, así que un servidor, en el uso y disfrute de sus derechos constitucionales, os lo va a contar: Este buen señor es un reprimido sexual, que folla poco con su contraria (si es que la tiene), y que pasa las horas de asueto, que deben de ser bastantes, leyendo en las páginas guarras de Internet todos los relatos que puede de orgías y folladas en grupo. Al contrario que Alonso Quijano, el tal juez no pierde el tiempo leyendo libros de caballería o de novela negra, no. El paisano se la pela leyendo las calenturas y las entradas y salidas que varios hombres, ¿cinco?, efectúan en el cuerpo de una señora, a ser posible joven y lozana, de buen ver y mejor sentir. En estos cuentos, casi siempre el sexo es consentido, porque la doña anda más salida que una gorila en época de celo y no pasa nada, dejando a un lado la escocedura que tiene que soportar varios días. Y me he documentado sobre el tema. Vosotros, mis pobres lectores, deberíais saber ya que cuando se trata de temas serios como éste, un servidor se deja las cejas en la red investigando y buscando argumentos. Así lo he hecho estas noches en las que de tanto leer y tan poco dormir, se me secó el cerebro, aún más de lo normal, si cabe.

No os negaré que para los solitarios como yo estos relatos tienen un punto, la verdad, y en algún caso me he sentido protagonista de la historia pensando en las mayores guarradas que os podréis imaginar. Es lo que da la soledad y la ausencia de pareja; y de dinero, claro, porque estas fantasías se arreglan gastando doscientos o trescientos euros en una noche de placer con unas señoras putas.

Esto mismo es lo que le pasa al señor juez de la sentencia exculpatoria. Ni más, ni menos. Para él la ‘juerga de la manada’ no fue más que eso: una noche loca en la que una pobre chica más salida que el mango de una azada, dio y recibió placer de cinco muchachos que solo se aprovecharon de la ocasión. Sé que esta actitud no es la correcta y que el pobre señor se dejó guiar en su sentencia por las fantasías que le bullen en la cabeza y que casi nunca pueden salir de ella. Fue un desahogo, una situación que nunca más se le presentará en la vida.

¿Son legítimas sus elucubraciones? ¡Hombre!, para él sí, desde luego. Y le importa un pito todo el revuelo que han ocasionado. Para él son tan ciertas como los gigantes que veía don Quijote en vez de los molinos que veía Sancho. Le importa un huevo lo que piense la gente de su sentencia. El es juez y los demás, la inmensa mayoría del pueblo que sale a protestar ante su infamia, unos gañanes iletrados que no saben, en la mayoría de los casos, hacer una O con un canuto.

Es, sin duda, preocupante pensar que si alguna vez uno tiene la desgracia de comparecer en un juicio, sea por el delito que sea, estás ante la interpretación interesada de un señor, por muy juez que sea. En vez de aplicar la ley, que suele ser clara y diáfana, puede ocurrir, (y como veis ocurre con bastante frecuencia), que el sujeto en cuestión se deje llevar por sus paranoias y sus complejos y que acabes, en el peor de los casos, declarado culpable siendo inocente. (Ejemplo mayúsculo es el caso de Raquel Gago, pero esto es otra historia). Salud, anarquía y tres gintos cada día.
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