Villaquejida amasa los recuerdos de la infancia

La Asociación El Biendo de Villaquejida arrojó el jueves el horno de leña comunal para hacer en él un centenar de hogazas para compartir con los vecinos en la Fiesta del Pan

T. Giganto
25/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Manolita no se olvida de cuando siendo una niña metía las manos en harina para hacer el hurmiento. A los 21, cuando se casó, dejó de trabajar en la panadería de sus padres, oficio que habían heredado ya de su abuelo. Pero no olvida la receta, ni cómo se amasaba, ni tampoco el olor de la masa fermentada. Sabe cuál es su punto exacto con tan solo poner sobre ella palma de la mano sin llegar ni a tocarla. Tampoco ha perdido el salero. Lo ha demostrado estos días en Villaquejida, su pueblo. Allí la Asociación el Biendo se ha puesto a hacer pan para compartirlo con todos sus vecinos en una fiesta dedicada a este popular alimento, una celebración que cumplió este sábado su quinta edición. Pero antes de la danza tocó meterse en harina.

Desde el jueves han elaborado seis hornadas de 16 hogazas cada una en un horno de leña comunal que la propia asociación levantó con sus manos hace un lustro. A él arroja la leña de encina Amadeo para que vaya cogiendo temperatura y supere los 200 grados antes de disponer en su interior el pan. Lo hace ágil y con un sentido del humor que va más allá del escenario al que se sube cada año para «hacer las comedias». Mientras él y sus compañeros atizan el fuego, las mujeres van llenando de agua el volcán de harina que ha de dormir una vez convertido en masa y antes de darle la forma de hogaza. A esta la tratan con mimo, no la dejan coger frío y que duerma lo que haga falta. «Ya, ya. Al hurmiento le dejáis dormir bien la siesta y a mi nada», dice guasón Amadeo, que busca la sombra para resguardarse del sol y mitigar el calor que sale del horno. Pero antes de que la siesta se ponga a dormir, que no falte la cruz de San Andrés, «que donde haya una, salgan tres». Todo el trabajo que llevan a cabo estos panaderos de Villaquejida, que lo son solo por unos días, lo hacen valiéndose de sus manos, esas que tanto insiste Manolita en que hay que tener bien limpias antes de ponerse a la faena. – Antes de tocar la masa, lavaos las manos que yo ya me las lavé, repite Manolita antes de ponerse al lío en la masera.– Eso nos lo dices tú que nosotras no te hemos visto ni tampoco sabemos dónde las habrás tenido metidas, responde Sici con una alegría y una hiperactividad más propia de los 18 que de los 82 que tiene a sus espaldas y que luce con orgullo. Manolita, que capitanea las labores por sabedora del oficio de panadera, tiene buenas ayudantes que no dudan en arremangarse para echarle también mano a la masa. Una vez desechos todos los grumos con agua, cuando ya está disuelta en ella la harina, la sal y la levadura y mientras el hurmiento duerme, se ponen a echar cuentas de los hijos que tiene cada una. Sici cuenta con ocho, «cuatro chicas y cuatro chicos», y a estos les añade 17 nietos y biznietos para que las presentes se hagan una idea de lo grandes que son las mesas en las celebraciones de casa. «Todos son iguales, ¿eh? Lo mismo me duele este dedo que este otro», dice mientras señala el pulgar y el índice de unas manos enharinadas en las que se adivinan entre tanto blanco unas uñas perfectas pintadas de color rosa.

Las demás no se quedan atrás con un surtido repertorio de hijos y nietos y a casi todas les salen unas cuentas elevadas. Y así van y vienen las historias mientras la masa duerme y mientras se calienta el horno. Algún canturreo, visitas de los vecinos «a ver cómo va la cosa» y preguntas curiosas sobre el proceso de elaboración a las cuales todas saben contestar porque todas recuerdan haber hecho pan de crías en casa. Y si hay dudas: «Pregunta a Manolita que fue panadera de pequeña y ahora panadera de mayor». «Es esencial que la masa no coja frío y para eso la tapamos con sábanas y una manta, que las corrientes no le están bien. Y que duerma, eso es muy importante también. Te voy a decir una cosa, ¿eh? Que ahora la llaman masa madre pero que aquí toda la vida la masa fue el hurmiento. Otra cosa te voy a decir, que aquí no hay máquinas, todo a mano como lo hacía mi abuelo», comenta con un pañuelo verde atado a la cabeza y un mandil colorido con rastros de harina.

Manolita es de mucho hablar y van subiendo los grados en el horno mientras ella relata que estos días le traen a la cabeza muchos recuerdos de cuando era niña. «A mi el oficio de panadera siempre me gustó mucho, pero me casé y se acabó», cuenta. Trabajó en un despacho de pan y leche y después se dedicó a la enfermería. «Hasta que me jubilé, que ya llevo nueve años», dice. «Disfruto mucho estos días con esta actividad que hacemos, que solo es una de las muchas que llevamos a cabo todo el año, ¿sabes? Aquí no paramos porque yo me lo propuse cuando me jubilé y me dije: Manolita, no te vas a quedar en casa y lo que vas a hacer es emplear en hacer muchas cosas las mismas horas que antes pasaba trabajando. Y así lo hago», afirma con rotundidad. La Pastorada, teatro, rutas de senderismo, cantar en el coro parroquial, las actividades de El Biendo y viajar. «Viajar es que es una cosa que me encanta», comenta antes de explicar cuáles han sido sus destinos favoritos y con la vista puesta en su próxima escapada. Pero Manolita está ya pendiente de la hora y ha llegado el momento de ‘despertar’ la masa que dormía para hacer de ella hogazas y también toca sacar una hornada que ya está a punto.

Nos encantaría poder dejarles aquí el olor del pan cuando va cogiendo color en el horno, la bocanada de calor que sale impregnada de un aroma delicioso. Pero lo que el papel no permite, sí lo dejan evocar los recuerdos. Aquellos de la niñez, de cuando se amasaba en casa, de cuando se arrimaban las manos al pan caliente para entrar en calor, del tocino que a él untaban, de la nata que después de hervir la leche se ponía sobre el pan con azúcar… ¿Lo recuerdan? A eso ha olido Villaquejida estos días.

La Fiesta del Pan de Villaquejida la celebraron este sábado alrededor del horno que ha sido testigo del proceso de elaboración del pan que repartieron. Allí sonó el tamboril y la dulzaina. Se bailó, se comió, se recordó. «Que los niños de hoy sepan cómo hacíamos el pan antaño, que no se pierda la importancia de un alimento que ha sido el sustento de familias enteras cuando no había otra cosa que comer».
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