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Villablino, 17 grados

16/02/2020
 Actualizado a 16/02/2020
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Hay, en esto del cambio climático, un factor que lo vuelve providencial: la sensación de que esa mudanza que asociabas a cráteres y glaciares remotos la puedes sufrir a la puerta de tu casa. De repente ves pájaros que regresan antes de tiempo, calores en laderas imposibles, una margarita que, puntillosa y audaz, brota en una rendija de hielo. Entonces, mientras te descalzas para cruzar el río, o comer esa guinda inexplicablemente madura, te sabes testigo de un fenómeno insólito. Junto al viejo pub Amnesia (cuyo nombre setentero suena a premonición), en este febrero bisiesto, un termómetro marca diecisiete grados en Laciana.

Naturalmente vendrán nieves, que el invierno no se lo comió el lobo (ya sé que estaban esperando la frase, pero no me digan que no es original y tenebrosa) y un viento feroz, incluso boreal, volverá a morder las tapias. Pero en esta mañana húmeda, tirando solo a fresca, los aires parecen salir de los carrillos de un trompetista: son más propios de estaciones y latitudes más cálidas.

Dice un amigo mío, que nunca oyó hablar del primo de Rajoy, que esta revolución térmica es un asunto puntual, pues nuestro paso maligno por la Tierra solo representa un pellizco en el desolado clamor del Universo. Este, dado a la entropía y la oclusión cósmica, se irá al carajo una noche y será pasto de una oscuridad helada. Por tanto, agrega mi amigo, no merece la pena que nos aflijamos prematuramente.

Pero mientras eso ocurre, algo habrá que hacer. O no. ¿Quién nos dice que nuestra provincia, ajena a gotas frías y vientos huracanados, no se convertirá en el último refugio de la península ibérica? ¿Incluso, echando un poco de imaginación, en la reserva espiritual de Occidente? Acostumbrados a ver pasar nuestra decadencia con resignación pasiva, igual acabamos convirtiéndonos en un paraíso turístico de primer orden: con temperaturas benignas, arroyos cristalinos y yantar garantizado. Mientras el mundo se desmorona a nuestro alrededor, los casquetes se funden y los de la UME siguen tirando de pala, nosotros exploraremos el cielo con ojos serenos. Puede que para entonces ya solo quedemos en tierras leonesas cuatro gatos, pero, coronavirus aparte, ese es el destino que nos espera a todos. Llegado el Juicio Final, solo brillará el esqueleto febril de Jordi Hurtado y a lo mejor, como tributo irónico a nuestro paso por el mundo, los cimientos de un garito llamado Amnesia.
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