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Vigilancia sanitaria

23/01/2019
 Actualizado a 13/09/2019
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Apenas tenía cinco años y mi tos ya era conocida en toda la comarca. Daba igual que llegara el invierno o la primavera, pero en cuanto cogía el catarro anual que no había evitado ese «abrígate hijo que tengo frío» tan de las madres, comenzaba mi verdadero objetivo: evitar al médico del pueblo. Daba igual donde estuviera, si en el colegio o en el bar donde iba a comer, el caso es que mi tos perruna llegaba a sus oídos por más que literalmente me escondiera de él, y se las apañaba para que al día siguiente estuviera en la consulta con el culo en pompa esperando lo más doloroso que he sufrido en años: una inyección de Benzetacil sin anestesia, con toda la fuerza que se necesitaba para ello.

Porque daba igual que me recetaran cualquier otro medicamento, también la leche con miel o beber todo el líquido del mundo a cada hora, el caso es que esa temida inyección era lo más efectivo. Y, para mayor desgracia, mi médico lo sabía. Ya entonces en mi pueblo no había colegio, y el médico aparecía una vez a la semana, como ocurre en cientos de localidades en los que la falta de población es la excusa perfecta para sangrar derechos a falta de soluciones imaginativas (y económicas) para que todos seamos iguales ante la ley, que no lo somos, ya lo sabemos.

Casi 30 años después, un nuevo catarro me llevó, obligado de nuevo, a ir al médico. Entonces empezó mi periplo por la comarca porque entre huelgas y demás adversidades no me atendían en ningún sitio, y gasté tiempo y dinero en solventar algo que finalmente se fue como llegó: gracias a un vaso de plástico con hielos.

Nos tienen tan acostumbrados a callar cuando poco a poco perdemos esos derechos logrados durante años que parece una heroicidad o una extravagancia que decenas de personas se manifiesten en Boñar reclamando un servicio digno de Pediatría. Por eso, ahora más que nunca, se debe estar vigilante para que no aceptemos una merma de asistencia sanitaria, ni en los pueblos ni en las ciudades. En nuestra mano está, porque si nos descuidamos, ya no volveremos a ver un médico en cincuenta kilómetros a la redonda.
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