Viernes rojo

Por Alejandro Cardenal

02/02/2021
 Actualizado a 02/02/2021
Adri Castellano despeja un balón de cabeza ante la mirada de un atacante zaragocista. | LALIGA
Adri Castellano despeja un balón de cabeza ante la mirada de un atacante zaragocista. | LALIGA
Pocas sagas me han enganchado más que Canción de Hielo y Fuego. Y aunque los que leímos las novelas antes de dar el salto a la pantalla hemos desarrollado una especie de relación de amor-odio tanto con George R.R. Martin –amigo, yo creo que ya es hora de volver a escribir en serio de una vez– como con el cuestionable desenlace televisivo de su universo, que su historia ha marcado un antes y un después en la forma de narrar historias es innegable.

A George le gustó la forma en la que Disney destrozaba infancias y lo elevó a la máxima potencia. Un ‘hold my beer’ de manual. De niño sobreviví a la perturbadora y psicodélica escena de los elefantes rosas de Dumbo. A la muerte de Bambi. A la de Mufasa. La guinda, ya mayorcito y de pelo en pecho, fue el prólogo de ‘Up’.

Pero toda esta preparación no sirvió de nada. Era la excepción y no la regla, al final siempre había final feliz, un giro en el momento más agónico que permitía a los ‘buenos’, contra todo pronóstico, salirse con la suya.

Sin ánimo de entrar en ‘spoilers’ – y si lo hago, creo que ya ha pasado un tiempo prudencial, los que aún no hayan leído o visto la saga pueden dejar de leer–, desde el primer momento George tuvo las cosas claras: los retorcidos sobreviven y los ‘héroes’ sufren. Cada personaje por el que desarrollabas un cierto cariño tenía un final peor que el anterior, una fórmula narrativa que tuvo su culmen en la célebre Boda Roja, un pasaje que recuerdo exactamente, más de una década después, dónde y cuando leí.

Pues el guion del partido de la Deportiva en la Romareda no te lo habría escrito ni el George R. R. Martin más sádico. Porque hacer que el equipo humilde, con una defensa en cuadro y solo cinco jugadores de campo en el banquillo, se vaya de vacío por un penalti inocente después de que un error arbitral le impidiese adelantarse en el marcador, es retorcido de narices.

Y no estoy entrando en detalles. Como que el Real Zaragoza, al margen del lanzamiento desde los once metros de Narváez, solo tiro una vez a puerta en todo el partido. O que Yuri, que no es un ‘one club man’ pero como si lo fuera, casi marca de chilena desde la frontal. Y de lo de que Juan Ramón Jiménez –yo también puedo ser irrespetuoso con los nombres de la gente– bautice a la Deportiva como el Ponferrada.

Total, que David no ganó a Goliath y al Ebro no llegó la sangre del gigante caído, solo las lágrimas de los que durante casi una semana estuvieron llorando por la supuesta conspiración de la federación, la Liga y el colectivo arbitral contra su equipo.Ya lo dije hace no tanto. La única trama existente es la de dejar la justicia deportiva en manos de unos señores que siguen sin querer aprender de sus errores y que van a conseguir que una herramienta como el ‘VAR’, que podría haber acercado el arbitraje a rozar la perfección, se vaya al carajo.

Este viernes rojo la víctima fue la Deportiva. ¿quién será el próximo?
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