15/06/2020
 Actualizado a 15/06/2020
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Ya habrán visto que se ha levantado cierta polémica, cierto viento huracanado, a raíz de la retirada (temporal, o algo así) de la afamada película ‘Lo que el viento se llevó’ de una también afamada plataforma, HBO para más señas. No han faltado los que hablan de ‘prohibición falsa’, porque, en efecto, la plataforma en cuestión ha prometido que la cinta volverá al catálogo, si es que no ha vuelto ya, con una especie de hoja de instrucciones donde nos informarán, colijo, del contexto y la situación del filme. Imagino que pronto esos libros de instrucciones o guías para la dirección de la mente de los espectadores se publicarán unidos a todas las películas, espectáculos e incluso novelas, no vaya a ser que veamos o leamos lo que no debemos. También pudiera ser que, a causa de la poca lectura constatada en el mundo mundial, lo que a buen seguro deriva en flojera cultural, ahora vaya a ser necesario acompañarlo todo de un dossier detallado de peligros acechantes, especialmente en el área de la cultura, siempre tan sospechosa de casi todo.

Esta polémica ha surgido, además, al calor de los gravísimos acontecimientos de Minneapolis, en los Estados Unidos, con la muerte en terribles circunstancias de George Floyd. Todo ello ha derivado, como saben, en manifestaciones antirracistas, no ya en Estados Unidos, sino, como parece muy lógico, en todo el mundo. Se trata de un movimiento histórico, y es particularmente histórico en ese país, un movimiento que regresa a primera línea de actualidad, seguramente porque no se pone freno a las profundas y persistentes causas que lo provocan, a las injusticias y a las desigualdades sociales que nadie con dos dedos de frente puede desconocer.

Por supuesto, no se puede tolerar cualquier atisbo de racismo en los tiempos que corren. No sólo es un mandato de las sociedades avanzadas y democráticas, sino que simplemente es lo que se espera de una postura conforme con los derechos humanos, y eso es válido en cualquier lugar del mundo, y con cualquier persona. No hay discusión sobre eso, salvo que se esté fuera de la realidad o salvo que no se empatice con las causas humanas, que de todo hay.

Pero de ahí a que las manifestaciones artísticas puedan ser modificadas, transformadas, corregidas, remendadas o censuradas, que también podría ser la palabra, según la decisión de algunos que no son los artistas, hay, en mi opinión un gran trecho. No es la primera vez que sucede, ni será la última. El debate, como otros, se ha encendido, precisamente por las referencias a la actualidad, y quizás por eso HBO se ha apresurado a mostrar sus dudas sobre la histórica y laureada cinta, que hemos visto, además, docenas de veces. Nadie ha hablado de ‘actualizarla’, ese peligroso eufemismo tan de nuestro tiempo, ni de cargarse parte del contenido (hasta ahí podíamos llegar), sino de acompañarla, como digo, de una especie de nota informativa (no sabemos si será un cartel o un documento de varias páginas) en la que se nos pondrá en guardia sobre su contenido, sobre el contexto en el que la obra se produjo y sobre lo que allí se representa. ¿Tendremos que hacer esto con todas las obras de arte de todos los tiempos? ¿Habrá que advertir de la violencia implícita de las escenas de caza de las pinturas rupestres, y explicar que, en aquel contexto, no quedaba otra que irse a por el bisonte y representarlo en las paredes por gusto, por arte, por inspiración, por fetichismo, por falta de cámara para retratarlo, o por simple aburrimiento?

Nadie trata de simplificar este debate. Lo que sucede es que cualquier debate debería establecerse en sus justos términos, y no en los habituales de esta época notablemente pueril, en la que las cosas, como tantas veces decimos, sólo pueden ser blancas o negras, buenas o malas. Cuesta trabajo creer que estemos cayendo en estas actitudes que, por si fuera poco, se toman de un plumazo, con mano ligera y con esa seguridad que suele dar, sobre todo, la ignorancia. Como mucho, primero se toman las decisiones y luego se pregunta o se informa uno al respecto. Todo muy sensato, como ven.

De la misma manera se han demonizado numerosas manifestaciones artísticas, y todo ello en poco tiempo. La mano rápida de los vigilantes de lo que se supone que es algo así como la moral artística aparece de vez en cuando, y no pocas veces sin que nadie lo haya demandado. También es esta una época de poner la venda antes de la herida, o de ser más papistas que el Papa. Se han modificado historias para hacer que su final fuera otro, sin pensar que, al hacerlo, se subvierte el texto original, y la obra en cuestión pasa a ser simplemente otra. Se han descolgado cuadros de museos, por si acaso, o durante un tiempo, o a la espera de lo que el público diga al respecto, en los casos más democráticos. A muchas de esas acciones se les llama, en efecto, ‘actualizaciones’, por supuesto en función de las opiniones y las ideas de hoy. Por esa regla de tres, no quedaría obra artística en pie, por unas o por otras razones. No es que no se pueda interpretar el pasado con ojos del presente: hay numerosas teorías al respecto. Para eso tenemos ‘remakes’, tenemos ‘apropiaciones’, tenemos reinterpretaciones. Ningún problema. Algunas pueden resultar ridículas, de acuerdo, pero no podemos negar la capacidad del artista de versionar o recomponer otras miradas, como Picasso puedo hacer con Las Meninas. El arte tiene que ser lo suficientemente libre como para soportar todos estos olímpicos embates. Pero, claro está, lo que no se puede hacer es destruir la obra original, o intentar reemplazarla por su versión adaptada al nuevo pensamiento, o corregirla, o censurarla, o prohibirla.

Dejemos el arte como está. Dejemos de leerlo todo en clave moral o educativa, pues el arte no tiene por qué sujetarse a esos parámetros, no tiene por qué ofrecernos moralejas de ningún tipo, aunque algunos quieran, sino simplemente someterse al dulce dictado de la libertad creadora, a la voluntad del artista. Y a ningún otro. Este es el único camino para produce obras extraordinarias, nacidas precisamente de esa libertad innegociable. Marcar territorios políticamente correctos, también en este terreno, supone privarnos de las mejores características del hecho artístico: la provocación, la sorpresa, la imaginación libre y alternativa. En un mundo cada vez más rigurosamente vigilado, el cine, la pintura o la literatura no pueden bajar la guardia ni doblegarse ante estos vientos huracanados que soplan, dispuestos a reducirlo todo a una realidad única, autoritaria, prescriptiva y simplificadora.
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