19/01/2023
 Actualizado a 19/01/2023
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Acabamos de empezar el 2023 y parece que hubiésemos entrado en una selva sin límites, más negra que el espíritu del ignorante y tan oscura que en ella no se puede distinguir la noche del día o lo blanco de lo negro. Este estado de cosas es debido a que la sociedad, nuestra sociedad, anda con un trancazo de los de campeonato del mundo, con mocos cayéndose como un torrente (no el brazo tonto de la ley, sino el de verdad, el de los ríos y los arroyos), y a que la calamidad de políticos que nos gobiernan o que están en contra de los que nos gobiernan, viven en la gloria de las glorias agitando el avispero para así crear un estado de alarma y de tensión en la sociedad, esa misma que tiene catarro. Dicen que el estado de agitación moviliza a las gentes y las hacen afianzarse en sus convicciones, a despecho de cualquier otra... Pobres...

Leer la prensa siempre es desalentador, pero estos días más, porque sabes, antes de abrir el periódico, lo que vas a encontrar; aunque se esté acabando el mundo, las cabeceras son fieles a sus filias y a sus fobias. No reconocen, aunque sea evidente, que los ‘suyos’ la han cagado, que se han equivocado, que la han metido hasta el fondo. Exceptuando casos tan diáfanos como las declaraciones del vicepresidente de la Junta de Castilla y León (ese engendro), sobre el aborto, en las que hay un acuerdo unánime, todos sacarán conclusiones diametralmente opuestas: así, El País afirmará que la economía está de puta madre, porque se ha controlado la inflación; en cambio, El Mundo, recalcará que el precio de los alimentos ha subido un quince por ciento, lo que es una barbaridad, y que las medidas implementadas por el gobierno (bajada del IVA, por ejemplo), no han servido para nada.

Luego están lo de las comparativas... Hay quien ha puesto el grito en el cielo porque la Audiencia de Sevilla permite que el ex presidente de la Junta de Andalucía, el señor Griñán, no entre a la trena porque tiene cáncer y, en cambio, recuerdan que al señor Zaplana, condenado igualmente por una jugada corrupta, no se le permitió salir del trullo para recibir tratamiento, también contra el cáncer. Preguntan por qué es tan diferente el tratamiento para el mismo hecho a dos personas distintas... Uno no quiere, ni debe, analizar estas cuestiones, porque no es médico y no entiende nada de medicina, pero cree que, en estos casos, el enfermo siempre tiene razón y que es obligación de los poderes del Estado que reciban el adecuado tratamiento, si es posible fuera del talego. Claro que como esto lo ha dicho la loca de Ayuso, no se debe de tener en cuenta y que todas las comparaciones son odiosas. Que la presidenta de Madrid tiene lo suyo lo sabemos todos; que la goza metiéndose en medio de todos los charcos, también; pero en esto, cree uno, tiene razón. Por muy golfo que sea el señor Zaplana, que lo es, tiene que tener los mismos derechos que el señor Griñán, otro que, por lo que dice la sentencia por la que fue condenado, es igual de golfo que el primero. Aquí no vale que uno sea de un partido y el otro del contrario: ladrones son ambos, puesto que fueron condenados. Lo de que uno se lo metió en el bolsillo y el otro lo repartió es una estupidez tan grande como el Pino de los Ajos: apropiarse del dinero ajeno es un delito (o debería serlo), aquí y en Katmandú y lo demás son cuentos de la Vieja del Monte.

Por cierto: que la chusma leonesista se apropie de mito de nuestros cuentos infantiles para crear el de la repartidora de regalos por Navidad, es lo último del Credo. Además de ser denunciable en la inspección de trabajo (al fin y al cabo es una pensionista), es una estupidez, porque, de seguir así, los pobres Reyes Magos se quedarán en el paro: entre Papa Noel, el tío Noel, el Olentzero, Mari Domingi, el Apaldador, las Anjanas, el L’Anguleru y la Vieja del Monte, a los viejos Melchor, Gaspar y Baltasar no les va a quedar otra que jubilarse e irse a Marbella a tomar el sol y ponerse ciegos a cervezas, como todos los pensionistas con posibles que se precien. Leí hace tiempo que el hombre avanza no copiando a sus vecinos, sino diferenciándose de sus vecinos: yo, un chino, no utilizo palillos para comer porque sea cómodo, sino para hacerlo de forma diferente a los que lo hacen con cuchara y tenedor, que son unos mantas y unos ‘toláis’ y marcar así, claramente, que no somos iguales que ellos. Pues con los tíos de los regalos sucede lo mismo. Que seamos, los leoneses, tan crédulos para dar pábulo a una Vieja, (que lo único que hacía era meter miedo), para que acerque los regalos a nuestros pequeños es de primero de subnormal. Somos, con los asturianos, los últimos de los españoles a los que les a dado por la bobada de querer ser diferentes. Y no es verdad, no lo somos, lo miremos por dónde los miremos. Salud y anarquía.
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