09/07/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Mientras los leoneses presumen de las vidrieras de una catedral que muchos ni han visto nunca y que los forasteros no pueden ver salvo que paguen los 6 euros de la entrada (desde el exterior de la catedral la luz, en lugar de iluminarlas, las marchita) otra vidriera menos famosa empieza a despedirse de una ciudad que ve desde hace ya tiempo cómo todo su tejido industrial se desmantela. Primero fue la minería, luego la empresa de Antibióticos, después la editorial Everest, más tarde los talleres de la Renfe, ahora la Vidriera Leonesa, la joya de la corona de la industria provincial junto con las anteriores en tiempos menos ruinosos y hoy prácticamente la única. De nuevo me llamarán pesimista, pero, visto desde la lejanía, el problema de León es terminal.

Las noticias en torno a la deslocalización de la Vidriera Leonesa (de momento solo social y fiscal según la empresa, pero así suelen comenzar todas a huir) suenan a ya sabidas y oídas (no es la primera empresa que se va o se cierra) y, como de costumbre, vienen acompañadas de declaraciones políticas, unas de acusación y otras de autojustificación, y de las consabidas proclamas y plataformas de defensa de los trabajadores y de que la empresa siga donde está en lo que sugiere un bucle de lamentación y fe que no por reiterado es menos dramático. Al revés: desgarra comprobar cómo ante la inacción de nuestros políticos, una tras otra todas las grandes empresas se van yendo de León dejando un panorama de derrota que acongoja al que lo contempla.

Pero, siendo lamentable esa actitud, no lo es menos la de la población de pie, que permanece ajena y hasta impasible salvo excepciones al desmoronamiento de su economía como si nada tuviera que ver con ella. Una actitud que Juan Pedro Aparicio retrató muy bien hace años en un relato premonitorio, ‘Las cigüeñas de la catedral’, que últimamente recuerdo a menudo. El relato de Aparicio contaba cómo los leoneses veían una mañana con sorpresa gran cantidad de cigüeñas posadas sobre San Isidoro, pero no le daban importancia hasta que un día, al despertarse, descubrían que la basílica había desaparecido de su lugar. Luego ocurría lo mismo con San Marcos. Después con Botines y otros edificios nobles. Desaparecían de donde estaban de la noche a la mañana dejando en su lugar grandes vacíos. Por fin, la catedral desaparecía también llevada por las cigüeñas sin que los leoneses se dieran cuenta de ello. Pues bien, eso es lo que ha sucedido con las distintas industrias de León en estos últimos años, sólo que, en vez de cigüeñas, han sido otro tipo de aves (buitres de las subvenciones del Estado o buitres de los fondos bancarios sin más entre ellas) las que se las han llevado. Lo que no cambia es la pasividad de los leoneses, que tanto en el relato de Aparicio como en la realidad siguen su vida como si tal cosa.
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