15/05/2017
 Actualizado a 09/09/2019
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Feria del libro. Pregón del gran Merino. Tras felicitar a Héctor Escobar por su empeño personal en el evento, este cronista necesita hablar de ‘Vicisitudes’, última entrega de Luis Mateo Díez, por considerarlo un hito en la historia de la literatura leonesa, española y universal. Y es que el autor ha alcanzado un altísimo nivel narrativo y por ello debemos felicitarle y felicitarnos y desear que sean grandes su difusión y reconocimiento.

No desgranará el cronista personajes, ni lugares, ni situaciones, que puedan desvelar o aclarar nada, sino que trata simplemente de animar al lector que no lo haya hecho aún a adentrarse en este universo de gentes y paisajes, rurales y urbanos, entre los que encontrará tipos humanos, y caminos y ríos, tan reconocibles, puestos al servicio de un análisis de la condición de la gente común, esa que cada día nos cruzamos en la calle y a la que saludamos al pasar. Esa que, en realidad, somos nosotros mismos.

Gentes que han (hemos) llegado al final; que han pasado por todo; que han visto venir el peligro y no se han apartado; que han vivido sin vivir; que han sabido desde el principio que lo que a ellos les había tocado no era precisamente para tirar cohetes; pero que, a pesar de todo, hay que seguir estando ahí. Para muestra un botón. Corrado Espina, el protagonista del último capítulo, el 85, titulado ‘Bitácora’ un viajante de comercio al por menor que cubre la ruta en un «Chevrolet rectificado que hacía las apariencias de berlina» y ha tenido un corte de digestión en la Pensión Urdiales de Solba, lo que le llevará a conducir en precarias condiciones de atención y a estrellarse en una rotonda dejando su vida allí. «Lo que Corrado pensaba era paralelo a lo que la trama de su vida, y de tantas otras vidas, podía suponer en el común viaje que apenas diferenciaba las vicisitudes de unas existencias tan reales como simbólicas...».

Acerbo Pestaña, otro viajante con el que el protagonista se cruza a menudo, tenía un ojo de cristal que conseguía camuflar en las revisiones para renovarse el permiso de conducir. Y el propio Corrado consideraba que la suya «había sido una vida ajena, paralela a la que en las ciudades de las rutas comerciales contabilizaban las vicisitudes de tantos detrimentos y negocios. Una vida ajena que remitía a la condición de los habituales personajes que sobrellevaban tantas otras parecidas y desperdigadas en los sueños y las estaciones y que en su secreto y olvido van destilando lo que la rutina de la realidad transforma en leyenda».

¿Vidas ajenas, o vidas propias?
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