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Vida que sale de los balcones

01/04/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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León no es una ciudad de balcones. No son muchos los leoneses que extienden sus dominios un poco más allá del alféizar, ocupando legítimamente de un pedacito del espacio aéreo encajado entre fachadas para sus surfinias, petunias, camelias y geranios. Pero aunque no son legión, los hay muy peculiares, como el que acoge un impresionante desfile de elefantes enfrente de la Comisaría de Policía Nacional o el de Cascalerías, donde echándole un poquitín de imaginación se pueden observar sin riesgo de ser devorado o aplastado unos peculiares vestigios del periodo Jurásico. También de cuando en cuando se ven exquisitas composiciones florales o auténticas selvas en terrazas más o menos soleadas de las que sobresale una vegetación exuberante un tanto amenazante para los vecinos botanofóbicos.

Con plástico, con ramas o con cualquier otra fruslería, el adorno en el balcón modifica el paisaje de la ciudad, le da vidilla. El Ayuntamiento debería promoverlo y convocar concursos temáticos para engalanarlos, pero de forma novedasa, nada medieval, ni tradicional. Algo así como ‘Balcones yé-yé’, ‘Terror Balcón’, ‘El Balcón 9 y 3/4’, ‘Sin balcón no hubiera España’ –este ya está ensayado– o ‘No mires por donde pisas’. Ahí lo dejo.

En mi caso, uno de mis alfileres imaginarios en el callejero está sobre Puerta Moneda, por donde paso cada día a diferentes horas. En uno de los balcones de un edificio de los más nuevos un molinillo de esos de juguete silba enfurecido cuando el viento barre con fuerza hacia La Rúa o hacia Barahona. En noches airosas de marzo como las pasadas, el molinillo parece hablar, como el abeto de Heidi. A veces aflojo un poco el paso y me quedo a escucharlo. Me estremece la cantinela de vieja rueca de las aspas de colores. Es una curiosidad gatuna lo que me hace mirar de soslayo. No sé ni qué ni quién está más allá del balcón. Pero me gusta ese misterio y le agradezco que dé vida a ese cachín de la ciudad.
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