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Versos satánicos

18/08/2022
 Actualizado a 18/08/2022
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Un tarado casi consigue matar a Salman Rushdie treinta años después de la ‘fatwa’ que lanzó contra él el ayatolá Jomeini, por haber escrito el libro ‘Versos Satánicos’. El máximo dirigente de la República Islámica ofrecía tres millones de dólares por la cabeza del autor, que se reducían a dos si el verdugo no era musulmán. En este libro, el autor hindú no dejaba títere con cabeza atacando el Islam. El libro causó una controversia muy grande en todo el mundo, porque casi nadie se había atrevido a hacerlo hasta aquel momento. Muchos lo apoyaron, amparándose en la defensa de la libertad de expresión, pero otro muchos, y no siempre musulmanes, lo atacaron de forma brutal. Desde el Vaticano hasta Madeleine Albright, entonces Secretaria de Estado de los Estados Unidos, pasando por periodistas o escritores, le reprocharon su arrogancia al blasfemar contra una religión con mil millones de fieles. Desde una posición de izquierdas, John Le Carré declaró que «no existe ley en la vida y en la Naturaleza que afirme que las grandes religiones puedan ser insultadas con impunidad». Los musulmanes no están acostumbrados a esto y por eso se cabrearon. En cambio, los católicos llevan siglos soportando los insultos y las blasfemias de todo dios y, fieles seguidores de la doctrina de Cristo, en vez de prepararla, ponen la otra mejilla. El asunto es claro y diáfano: cualquier revista de humor (o que pretenda serlo) puede blasfemar contra el Dios católico, pero se cuidarán muy mucho de hacerlo contra Alá. Para corroborarlo, años después, la revista francesa ‘Charlie Hebdo’ reprodujo en su primera página unos dibujos satíricos del Profeta publicados en un modesto periódico danés y sufrió un atentado por parte de radicales islámicos que costó catorce muertos y cinco heridos muy graves. Aunque se ha seguido publicando, cesó sus ataques contra Mahoma. El miedo es libre. Aquí, en España, ‘El Jueves’ (o lo que queda de él) jamás atacó a los musulmanes, pero sí lo hace, en casi todos sus números, a los católicos. Repito que el miedo es libre y mucho más cuando eres un bocazas y te hace frente un tipo con dos cojones y una vara.

Uno no es practicante; es más, uno tiene mucho gato a los curas y a todo lo que representan, pero no por eso estoy blasfemando todo el santo día y atacando a los (y a las) que van a misa o al rosario. Cada cual es muy libre de hacer lo que le dé la gana, siempre que lo hagan sin molestar demasiado. Por eso, si alguien quiere acudir a misa o a la romería del ‘rosario de la aurora’, está en su perfecto derecho. Como también lo están quienes dejan todos sus bienes a la Iglesia o a una asociación de defensa de las ranas. Ambas posturas son igual de lícitas y ambas deben de ser respetadas. Cagarse en la puta que parió a las ranas o a la señora dadivosa no tiene ningún sentido y es profundamente anti-democrático.

Salman Rushdie estuvo a punto de palmarla el pasado fin de semana... y es una pena. Nadie merece morir de forma violenta por expresar una idea, aunque esta sea profundamente ofensiva. La culpa de todo lo que ha sucedido desde que publicó su libro no es de él; o, mejor dicho, él no tiene toda la culpa. Nuestra sociedad, construida desde la Razón, ha cesado de hacerse las grandes preguntas que atormentaron a todos los pensadores desde el principio de los tiempos: ¿Quiénes somos, a dónde vamos, por qué nacemos y por qué morimos? El hombre, para responderlas, ideó la religión, creó a los Dioses, puesto que son incontestables desde nuestra perspectiva. Ahora mismo, todo lo fiamos a la Ciencia, al desarrollo tecnológico que, lo creemos firmemente, logrará hacernos inmortales. Olvidamos las preguntas básicas de nuestra existencia y también olvidamos el ‘sentimiento trágico de la vida’, que también explicó Unamuno. Me estoy refiriendo, claro está, a los hombres y mujeres occidentales, esos mismos que nos creemos el ombligo del mundo. Sin embargo, los orientales y los africanos, los que de verdad tienen que luchar cada día para sobrevivir, sí que se siguen haciendo esas preguntas todos los días de su vida. Y, por supuesto, tienen presente ese sentimiento trágico que les ayuda a comprender mejor que nadie qué es la vida y por qué la vivimos.

Repito que nadie merece morir por escribir algo. Si nos dejásemos llevar por el miedo atávico que todos llevamos dentro, por las ideas dominantes en cada momento de la historia, no hubiéramos progresado y nos seguiríamos comportando como neandertales. Además, a un servidor le encantan los autores iconoclastas, los polémicos, los que nos hacen nacer una duda en cada página que leemos de sus libros. Estoy aburrido, y arrepentido, de haber leído a tanto apesebrado, gente complaciente con los que mandan, gente que, por muy bien que escriban, no dicen nada. A pesar de todo, no me gusta nada Salman Rushdie. Sus ‘Versos Satánicos’ me parecieron sosos, flacos de contenido y sí, aburridos como ellos solos. Y, a pesar de la polémica, no los volveré a leer. Salud y anarquía.
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