07/06/2019
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
Parece increíble que, en este mundo devorado por egos desmedidos y ansia de protagonismo, haya quien elija vivir en el anonimato y además, lo consiga. Por difícil que parezca, alguien caminó entre nosotros sin que supiéramos su nombre de vida, hasta que le delató la muerte. Fue en un lugar cualquiera de León donde existió un hombre sin nombre, un quijote que trocó los libros de caballerías por poemas y el yelmo por un sombrero de paño. Tenía melena y barba distraídas, nariz boxeadora que revelaba sus combates con la vida y ojeras generosas, de ésas que almacenan los pedazos de historia que nos sobran. Su coraza eran ropajes negros con cenefas de color y tiempo, escondidas bajo un viejo tabardo, cuando en León o en su alma hacía demasiado frío. Como escudo de armas, llevaba amuletos de la buena y mala suerte y un cinturón, amarrando bien las penas. Caminante, el caballero de la negra figura, llevaba la vida puesta, la soledad agarrada de la mano y un zurrón repleto de versos enredados, que disparaba al aire con tanta pasión como desorden y que nosotros, oyentes cómplices, recogíamos al vuelo, intentando descifrar mensajes escondidos y qué caos los provocaba.

Leyendo el último número de su revista ‘Sentimientos invisibles’, que me dio dos días antes de partir, me quedo con la frase final: DE LA VIDA MUNDO SUYA ETERNIDAD, con mayúsculas. Ahora se me hace entrañable esa anarquía literaria y dudo si es destino o premonición, que ETERNIDAD sea su última palabra publicada. Porque, hace días, el hombre de negro y su soledad, siguieron camino, avanzaron noche adentro sin mirar atrás, hasta que su silueta se diluyó en el horizonte. Nos pilló desprevenidos, era demasiado tarde para ir tras él y preguntarle cómo se llamó de niño, qué Dulcinea habitó su corazón, contra qué molinos luchó en su ínsula secreta, qué mano le hizo falta, con qué encantamiento consiguió arrancarse nombre y apellidos, reinventarse y salir al mundo, convertido en Caminante.

Nadie reclamó su muerte, pero no hizo falta. Compañeros de letras, versos emocionados y unos acordes de violonchelo, acompañaron al hombre sin nombre, al viejo solitario, al buhonero, al poeta. Espero que ahora que la muerte le ha bautizado, sepamos respetar su anonimato y nadie tire del hilo del pasado, poniendo identidad a quien no quiso tenerla. Ojalá, por las calles y plazas de León, sobreviva sólo la leyenda del hombre de la negra figura, que arrojaba versos desordenados al aire, llamado Caminante. ETERNIDAD, Poeta.
Lo más leído