24/03/2022
 Actualizado a 24/03/2022
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Hasta hace diez minutos, este artículo versaba sobre el gafe, aguafiestas, cenizo y malasombra que nos gobierna desde hace casi tres años. Sánchez tiene en su haber una pandemia que dejó atrás a más de ciento sesenta mil compatriotas (con su correspondiente hostiazo económico), una tormenta de nieve que dejó a la villa y corte incomunicada una semana, un volcán que cambió la fisonomía de la Isla Bonita, una guerra en Europa (con su correspondiente hostiazo económico dos), amén de multitud de cambios de criterio (el último es el del status quo del Sáhara). ¿Es o no un gafe el presidente Sánchez? Cualquiera, con dos dedos de frente, diría que sí; a las pruebas nos remitimos..; pero me temo que voy a dejarlo para mejor ocasión. Me jode que esta columna se esté convirtiendo en el obituario no oficial del periódico, pero es lo que hay. Se ha muerto un compañero de partido del presidente, sólo que con una militancia muy anterior y con muchas más heridas en combate. Ha muerto Verduras, el que fue presidente de la Federación de Lucha Leonesa, además, posteriormente, de presidente de la Federación Castellano Leonesa de Deportes Autóctonos. Como fue siempre un tipo muy complicado, no nos poníamos de acuerdo ni en cómo llamarlo. En León, además de Verduras, siempre fue Antonio, mientras que su familia y todo el pueblo que le vio nacer, Vegas, siempre le llamábamos Miguel. Uno, que es un inconsciente desde que nació, fue compañero de junta directiva cuando la Lucha Leonesa. Tuvimos que lidiar con varios morlacos que para sí los querrían los mejores toreros: el día que Julio casi se pega con medio Prioro (y que, como consecuencia personal, trajo que me dejase de hablar el Che) o la tarde en que Benigno se enfrentó con todo el público de Riaño y que le dejó a la ‘sombra’ más de veinte corros, o aquel otro en el que tuvimos que ‘sombrear’ al mejor luchador de todos los tiempos, Clemente, por haber dado positivo en el único control médico que se ha hecho en la historia de la Lucha. Todos estos acontecimientos (y muchos más de los que prefiero no acordarme), los llevó con una paciencia franciscana, con un ánimo jovial, con una cachaza elegante, procurando que no fueran a mayores, que sus consecuencias para el deporte leonés por antonomasia no se enquistasen y trajesen mayores problemas.

Verduras era la ironía convertida en persona. Una vez, en el corro de Valdelugueros, estando de ‘spiker’, se le ocurrió decir: «Caída entera para el luchador Mengano, aquí en este marco incomparable de la naturaleza que es Yugueros». Un espectador ‘sabelotodo’ le increpó a gritos: «Esto es Lugueros, no Yugueros». Miguel, sin inmutarse, contestó por el micrófono: «Sí, es cierto, y pido perdón; Yugueros es una aldea del ayuntamiento de La Ercina, muy hermosa, por cierto, pero nada comparable a Lugueros, dónde nos encontramos». Conocía esta provincia como pocos, porque estuvo destinado en muchos de sus pueblos como maestro, hasta que aterrizó en León. No era nada extraño, al ir por la calle, que alguien joven lo detuviese y lo saludase, tirándose hablando sus buenos diez minutos. Supongo que para alguien que se dedique a la enseñanza es un honor que le ocurra, porque significa que dejó amigos allí dónde estuvo.

Miguel era una buena persona. Aun perteneciendo desde siempre al PSOE se llevaba inmejorablemente con los del PP. Julio el de Valdepiélago o Javier García Prieto fueron amigos entrañables suyos, como hermanos. Una noche lluviosa por demás, estaba uno sirviendo vinos en la barra de la Abacería. Como no daba para más la cosa, había mandado marchar a todo el mundo, quedándome solo. En esto aparecen Miguel, Javier y Kike, el de los Cardiacos. Se tomaron una o dos copas de vino y se pusieron pesados para que fuese con ellos a terminar la noche a lo de Manolo Quijano. Les dije que estaba solo y que no podía abandonar el barco. «Pues cierra». «No puedo cerrar, ¿no veis que hay doce personas en la barra?». El caso fue que dejé encargado a uno de mi pueblo que apareció en ese momento y me fui con ellos. En la ‘Lola’ cayeron otras tres o cuatro copas de vino y logré escabullirme para cerrar el chiringuito. A los cinco minutos llegó Miguel: que si esto no se hace, que no los podía dejar solos, que dónde se ha visto... Cerré y volví con él. Al día siguiente había corro en Bilbao. Uno marchó a la una y media de la madrugada en no muy buenas condiciones, pero ellos siguieron, no sé cuánto tiempo más. El caso es que Miguel fue a Bilbao y el corro resultó un éxito, como que no hubiera pasado nada.

Al final, el cáncer ha podido con él, a pesar de luchar como un vietnamita desesperado para vencerlo. Es lo que me va a quedar de él: su espíritu, su fe ciega en la recuperación. Adiós, amigo, dejas muy solos a tu familia y a tus amigos, tanto que no se como podemos tirar para adelante sin verte, sin hablar contigo, sin reírnos contigo.
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