12/11/2020
 Actualizado a 12/11/2020
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La verdad –ese oculto objeto de deseo que buscamos en todos los ámbitos de nuestra existencia– tiene tantas caras como aspirantes a encontrarla. Y por eso el camino menos tortuoso hacia ella suele ser el más concurrido, ese que nos lleva a conocer la opinión que otras personas tienen del asunto sobre el que anhelamos certidumbre en cada momento.

De ahí que las verdades absolutas se cuenten con los dedos de una mano y que nadie pueda arrogarse la posesión de un bien tan preciado como difícil de hallar, salvo que seamos uno de los hombres del presidente aviador que se van a encargar de discernir de forma oficial la realidad de la ficción, la información de la desinformación. Es como poner al lobo a cuidar las ovejas, a la zorra a vigilar el gallinero o a este humilde juntaletras a hacer guardia en la cocina de horno en la que se cura la matanza.

Y es que los gestores de la cosa pública –actuales y pretéritos, porque no es la primera vez que se ven tentados a erigirse en los censores del presente siglo– suelen interpretar siempre la verdad a ritmo de Mecano, ya que la contemplan como un cuadro de bifrontismo que solo da una faz. La cara vista es un anuncio de Signal en el que no aparecen caries. La cara oculta es la resulta de tachar inmediatamente de extremistas, falsarios o alborotadores a quienes se atreven a rebatir el discurso oficial y a defender que quizá nuestro país debería ir al dentista cuando antes.

Creía Baltasar Gracián que es tan difícil decir la verdad como ocultarla. Y no le faltaba razón, porque la verdad siempre asoma por incómoda que sea. Lo hemos visto con los latrocinios azules, rojos e incluso de la emérita realeza. Y lo vemos con la rebaja del precio de las mascarillas. La verdad oficial lo veía imposible por la normativa europea, pero ese discurso tenía las patas muy cortas y no les quedó más remedio que recular tras admitir que en realidad necesitaban recaudar. ¿Para qué? ¿Para subirse el sueldo? ¿Para subírselo a quienes tienen empleo asegurado con independencia de que merezcan un aplauso o una carta de despido por la dureza de su cara? Y todo mientras echan a pedir a medio país e intentan que la suya sea la única verdad.
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