02/02/2020
 Actualizado a 02/02/2020
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La segunda herida ferroviaria reciente en esta provincia, junto al lío de la alta velocidad que nos ocupó hace quince días, ha sido el cierre, o no, de la venta de billetes a través de ventanilla en ciertas estaciones. A propósito de ello, aportaré algunas observaciones, no suposiciones, que pueden ser contrastadas fácilmente.

La estación de León despierta muy animada todas las mañanas al coincidir entre las siete y las ocho los primeros servicios que llevan hacia Madrid y a otros posibles destinos. Personas de todo tipo, condición y edad. Prácticamente nadie, salvo quienes formalizan bonos y algún excéntrico, hace uso de la venta directa, que además es más cara. Todo el mundo llega con el billete desde sus casas, bien en formato papel, bien en modo teléfono móvil. Los vendedores y vendedoras observan aburridos las aglomeraciones de viajeros, todos medios dormidos aún, los unos y los otros, y así día tras día hasta que alguien llegue a la conclusión de que ese servicio sobra. Ocurrirá no tardando. Y entonces se escribirán editoriales, manifiestos y listas de agravios contra esta provincia, que, a la inversa de Sabina, duran 19 noches y 500 días.

No es el caso, ya sé, de otras localidades menores, Sahagún por ejemplo. Pero habría que preguntarse cuánto tiempo hace que cerró el bar de esa estación, o el de Astorga, o el de Miranda de Ebro para valorar la vida en esos enclaves. Nada mejor que la presencia o ausencia de un bar para medirla. Desaparecieron esos negocios fundamentales porque no había viajeros. Y no había viajeros por dos causas: por la merma de servicios ferroviarios competitivos y porque nos vendimos a los automóviles y a sus infraestructuras. No se sabe bien qué fue antes. También últimamente porque nos vendimos a la idolatrada alta velocidad.

De esta realidad sólo saldremos volviendo al tren y forzando, con mucha paciencia y sacrificio del coche, el retorno de los servicios que nos merecemos. Lo de las ventanillas es una puerilidad y una polémica inútil.
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