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Vendrán más años malos

22/10/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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No solemos escuchar los discursos, quizás por excesivamente protocolarios, en los que se agradece un premio o una distinción. Hoy, ya se sabe, se prefiere la filosofía de los tuits. Sin embargo, en la última edición de los Premios Princesa de Asturias se produjo una curiosa circunstancia: la mayoría de los distinguidos coincidieron en hablar de los males de nuestro tiempo, desde el arte al periodismo, pasando por el estado de los océanos. Fueros discursos poco complacientes, como corresponde a personas con elevados compromisos. Y, por si fuera poco, estaban bellamente escritos.

Ya sé que todo esto importa poco en los tiempos que corren. Estamos demasiado ocupados en otras cosas, la mayoría de ellas inmediatas, domésticas y cortoplacistas. Encerrados en el juguete de la tecnología entendida como trasmisora de la gran verdad absoluta, hemos caído en un futuro (si esto es el futuro) en el que se nos dice lo que tenemos que pensar y las modas que debemos aceptar. Todo parece el resultado de las decisiones mayoritarias de la sociedad, pero en realidad es el producto del inmenso ruido que nos gobierna y nos domina, un ruido que se confunde a menudo con la opinión de la mayoría. El pensamiento crítico está en manos de los creadores de tendencias, de los formadores de opinión. Muy sutilmente, o quizás no tanto, se va imponiendo un autoritarismo de diseño, del que nos acabaremos arrepintiendo. Quizás cuando ya sea demasiado tarde.

Yo no soy muy de ceremonias ni solemnidades, pero reconozco que algunos de los discursos pronunciados la otra tarde en Oviedo me emocionaron. Y me reafirmaron en la necesidad de prestar atención a eso que algunos llaman ahora, con desprecio, las elites intelectuales, denostadas por los nuevos brutos, que no quieren oír hablar de la cultura ni del conocimiento, porque eso desnuda sus muchas fragilidades e imposturas. Es obvio que la manipulación de las personas se ejerce con más facilidad desde la simplificación, desde los eslóganes, desde la repetición obsesiva que hoy, a través de las redes sociales y del predominio de las imágenes, puede modelar el espíritu de los jóvenes, y no sólo de ellos, dirigiéndolos hacia postulados que están muy lejos de la verdad, pero muy cerca de la conveniencia de algunos. Lo que dijeron los premiados se resumía en una frase del filósofo Michael J. Sanders: «la democracia se enfrenta a tiempos oscuros».

Una de las causas de esa oscuridad consiste en la sobredosis de información. O más bien, en la información utilizada como alimento para el engorde de ciertas ideas entre los ciudadanos. A menudo se habla de las ‘fake news’, los bulos, en castellano, pero se trata de algo mucho más elaborado. Se trata de rediseñar la realidad en determinados espacios y con determinados fines. Paradójicamente, el aumento de la cantidad de información no asegura un conocimiento más perfecto de la realidad. Alma Guillermoprieto, una de las premiadas, puso el acento (también en algunas entrevistas posteriores) en la velocidad del mundo actual, que impide pensar adecuadamente sobre los asuntos. Las redes sociales han contribuido a la velocidad, pero no a la profundidad. Ahora se pretende levantar oleadas a favor o en contra, como en las gradas de un estadio de fútbol, en lugar de conversar en paz. Interesan los pronunciamientos, no los análisis. Es lo que Javier Marías ha llamado acertadamente (lo hacía ayer mismo) ‘el histerismo’ del mundo actual. La urgencia implica acción, no meditación. Guillermoprieto no deja de subrayar el peligro de creer que el mundo se mueve con verdades inamovibles, porque esa verdad no existe. La simplificación de los mensajes permite que éstos calen mejor, sobre todo a la velocidad del presente: no hay tiempo para la reflexión, pero sí para la histeria, para la reacción airada. El resultado es un creciente infantilismo social.

Hubo en estos discursos, que no deberían pasar desapercibidos, muchas apelaciones a la cordura. Y, sobre todo, apelaciones a la cordura de los más jóvenes, de los que, sin duda, depende el futuro. Es necesario que se desprendan de las intoxicaciones a los que son sometidos continuamente. Es necesario eliminar la contaminación de los mensajes, la siembra del odio, el elogio del pragmatismo autoritario que descree de los procesos de reflexión. Sylvia Earle, sin embargo, representaba allí el grave peligro que afronta el planeta. No sólo un peligro de autoritarismo y exclusión, no sólo un peligro bañado en tinieblas y miedos, no sólo un peligro de control owelliano que ya parece imparable (y cada vez más aceptado gracias, precisamente, a la siembra sistemática del miedo al otro). Hablamos de un peligro físico, el que representa el calentamiento global, puesto en duda por algunos líderes del mundo moderno, a pesar de los avisos de los científicos y de las evidencias del día a día.

Es obvio que sin una mejora de la educación no podremos lograr que los jóvenes sean más receptivos a los graves retos que se presentan. Y que tan bien trazaron los galardonados en los últimos premios Princesa de Asturias. A menudo se habla de la educación y de la cultura como si se tratara de dos impulsos virtuales, o espirituales, de dos fuerzas que vienen de la nada, de dos símbolos a los que solemos agarrarnos. Muy al contrario, se trata de dos elementos vertebrales en la consecución de sociedades abiertas y respetuosas. La educación implica el conocimiento científico, el estudio de la filosofía, la comprensión y aceptación de opiniones complejas. Si mejoramos la educación, será más fácil acabar con los engaños y las imposturas. En materia de cambio climático, por ejemplo, o en lo que se refiere al deterioro de los océanos (la especialidad de Earle) es necesario el conocimiento objetivo, el estudio y la investigación, en suma, para derrotar el cúmulo de manipulaciones interesadas. La situación es tan grave que ya no admite más demora. Como dijo Earle, las acciones que se tomen en los próximos diez años serán decisivas. Guillermoprieto señaló también que nada es más importante ahora mismo que el asunto del cambio climático. Pero seguimos enredados en pequeñas batallas, en guerras de opinión. Y siguen funcionando los egos revueltos.

Pero, de todos los discursos escuchados, el de Martin Scorsese fue sin duda mi favorito. Siempre he sido un fiel seguidor de su imponente obra, por todos reconocida (y reconocida por el premio), pero esta vez me sentí muy próximo a lo que sus palabras expresaron, sin el auxilio habitual de las imágenes. Fue un discurso breve y emotivo que dibujó con precisión el grave momento, no ya de la industria cinematográfica, sino del arte en general. Es un tema que hemos abordado aquí en no pocas ocasiones. El desprecio por la cultura ha sido presentado por algunos como un triunfo, como una victoria sobre las élites dominadoras. Como dice el otro, si te parece cara la educación, prueba con la ignorancia. En esas estamos. Para empezar, Scorsese citó a artistas e intelectuales españoles, de Cervantes a Picasso, de Unamuno a Lorca, algo que no solemos hacer demasiado. Porque hablamos poco de nuestra cultura: quizás algunos piensan que está mal vista, considerando lo que a veces se dice por ahí de artistas y cineastas. Un pueblo ingrato con su cultura está llamado al desastre. Citó Scorsese a Luis Buñuel (del que tampoco se dice nada en España, o casi nada), y lo nombró como una de las figuras históricas de la cinematografía. A veces nos tienen que decir desde fuera lo que no vemos, o lo que olvidamos, desde dentro.

Lo que verdaderamente me gustó de las sabias palabras de Martin Scorsese fue su defensa del arte frágil, que, sin embargo, resiste. A pesar del «menosprecio y marginación». «Cambiemos este clima venenoso que nos rodea», dijo el director de ‘Taxi Driver’. Este clima de arte controlado, vigilado, moralizado. Y una vez más, se dirigió a los jóvenes: «que sean capaces de no dejarse llevar por todas las consignas». Pidió Scorsese, libertad para el creador, en tiempos de tics controladores y autoritarios: «la libertad de encontrar la tranquilidad y el enfoque para no dejarse llevar por todas esas categorías absurdas actuales, o por los juicios triviales (…) y los pronunciamientos de moda». Y aunque quizás vengan más años malos y nos hagan más ciegos, como decía Ferlosio, no se puede hablar más claro.
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