Venancio Iglesias Martin: "Escriba usted y no piense en premios, me dijo Cela"

‘La ciudad de los mil ojos’ quedó entre las diez novelas finalistas del Premio Planeta en 1990. Más de 25 años después de aquella presentación ve la luz un original del que su autor siempre se ha mostrado orgulloso

Joaquín Revuelta
18/12/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Los salones del Hotel París sirvieron de marco a la presentación de la novela el pasado 28 de noviembre. | SAÚL ARÉN
Los salones del Hotel París sirvieron de marco a la presentación de la novela el pasado 28 de noviembre. | SAÚL ARÉN
'La ciudad de los mil ojos' (Lobo Sapiens), que quedó entre las diez finalistas del Premio Planeta en 1990, el año en que ganó Antonio Gala con ‘El manuscrito carmesí’, ha tardado casi tres décadas en ver la luz, a pesar de tratarse de una de las novelas de las que el docente y escritor de Olleros de Sabero, Venancio Iglesias, se siente más orgulloso y cuyo punto de partida es una experiencia personal que aconteció al autor durante su estancia en Marruecos. El pasado 28 de noviembre tuvo su presentación en un concurrido acto en los salones del Hotel París de la capital leonesa.

– Sus libros en ocasiones tardan mucho tiempo en ver la luz. Sucedió con ‘La carcoma’ y aún en mayor medida con ‘La ciudad de los mil ojos’. ¿Se debe a que las editoriales no manifiestan interés o le gusta hacer reposar durante un tiempo sus escritos?
– Comprendo que las editoriales tienen sus intereses pero yo me identifico con Sócrates que al final de su vida acata el mandato de la Musa: «Haz música, Sócrates». Haz novela y lírica que en eso se viene a reducir la orden de la Musa. Pienso que para mí es urgente esta actitud. El Lobo Sapiens me atrajo porque es una editorial que le importa la calidad de la obra. Pienso que las editoriales tienen sus intereses pero estoy más cerca de la posición de Sócrates inspirado por la Musa. Supone arriesgarse en una obra y que esta salga lo más perfecta posible. De ahí que no me importe que una obra espere años. El mundo del que emerge la ficción literaria tiene que parecerse al real, vívido y cercano, también y sobre todo para el lector, elemento imprescindible de la obra literaria, porque no tendría sentido la obra literaria si se guarda y no se comunica. Por eso los personajes me exigen largo tiempo de reposo y revisión; no tanto pues por las editoriales que, afortunadamente, sí han mostrado interés por mis escritos.  

– Con ‘La ciudad de los mil ojos’ quedó entre los diez finalistas del Premio Planeta el año que ganó Antonio Gala con ‘El manuscrito carmesí’. ¿Cómo recuerda aquella experiencia?
– Está tan lejana que apenas la recuerdo. Sí la decepción natural del que se presenta para ganar. No volví a aspirar al Planeta. Es un premio que requiere muchas relaciones fuera de tu entorno y tiempo; y que un profesor que solo vive de y para su profesión no lo tiene. «Escriba usted y no piense en premios» que me dijo Cela.  

– Ha tenido muy buenos maestros: Cela, Quiñones, Dámaso Alonso. ¿Qué le aportaron cada uno de ellos?
– En efecto, tuve buenos maestros en mi formación en los tiempos aquellos de la Universidad, con Dámaso Alonso, Bustos, García Calvo, Mariner, Adrados. Le debo gratitud a D. Antonio Bringas que me impulsó a escribir cuando aún era bachiller. De Cela y Fernando Quiñones admiré la sabiduría y la maestría de trazar el personaje desde el subjetivismo y la manera de, como Baroja, de sustituir el personaje por la opinión que te merece el personaje. Y todo ello de forma sutil.    
 
– ¿Puede considerarse ‘La ciudad de los mil ojos’ su obra más personal?
– No podría decir eso. La novela es un mosaico de personajes imbricados en una ficción literaria. Naturalmente, remiten a una sociedad observada, observada con ojos de alinde que aumenta o disminuye,  acerca o aleja, organiza o destruye. Pero eso está en mi obra siempre. Por consiguiente se cumple aquello de que un novelista si es sincero ( y si no lo es, no vale la pena), siempre escribe la misma novela. Nadie mejor que Pedro Blanco ha expresado este punto: «Según mi parecer, en esta singular novela primera se forjó su estilo, el toque que le hace inconfundible. En ella están las semillas que se desarrollan y florecen en los relatos breves (‘Esperando a Susana’, ‘Sombras en el camino’, ‘El león del Atlas’, etc. ) y en las grandes novelas posteriores (‘La soledad de Alvarito Somoza’ y ‘La Carcoma’). ¿Por qué no la publicó entonces? A veces guardamos lo que más queremos, lo que está más cerca del corazón, los recuerdos de las experiencias en las que ha madurado nuestro yo. Si no me equivoco, esta novela que ha esperado tanto tiempo atesora mucho de la infancia, adolescencia y juventud de Venancio. Y  trabada con su vida está el paisaje y la gente que ha ido cambiando en la España de la última mitad del siglo pasado».

– La novela se sostiene en un monólogo interior del protagonista, que repasa su vida ante la evidencia de la muerte. Su estructura ha comentado alguna vez es compleja, pero a la vez es una obra que engancha al lector. ¿Qué sigue viendo en ella que la sigue haciendo tan especial? – Pues después de tantos años guardada, me he despertado en la misma situación vital del protagonista, repasando mi vida en un monólogo forzosamente interior. La novela termina con una incertidumbre muy unamuniana. Tomás, el protagonista, no sabe si va morir o no sabe si va vivir siendo otro. Ahí está, latente el grito de terror unamuniano: ¡que me quitan mi yo!. Yo desperté en situación muy ambigua.  Una anámnesis radical (la capacidad del alma para recordar los conocimientos que ésta olvida al entrar a un nuevo cuerpo). La propia enfermedad es muy compasiva; me dejó con algún recuerdo que fue (¡misterio!) desencadenando (sic) otros y otros. Al verla con otros ojos, he realizado en la obra la definitiva corrección. Y ¿saben qué? Me encuentro al leerla en una posición verdaderamente crítica en el sentido positivo de la palabra y no he tenido que corregir ni una palabra. Engancha porque, a mi entender,  es una obra verdadera y una verdadera obra. Y lo digo sin ninguna modestia. – Su vida ha estado repartida entre la docencia y la creación. ¿Qué  ha aportado una a la otra? – La enseñanza es un arte, no una técnica. Todos los hombres son sagrados; todos los paisajes santos. Santidad y sacralidad son dos conceptos que representan esas zonas del alma donde, en otro tiempo, tuvo cimientos todo lo que de divino y misterioso contiene el mundo. Waldo Merino, que entre sus muchas cualidades era un excelente fotógrafo, me dio una definición de la fotografía como arte que lleva a sacar a la luz lo que de maravilloso e insólito tienen los objetos cotidianos. Extrapolando, cualquier arte, sobre todo la educación debe sacar a la luz lo misterioso y santo, lo «divino» y «sagrado» que encierra el hombre. Ya puede suponerse lo que en mi vida son las tres artes: la educación, la novela y la fotografía. En las tres como amateur. La educación me enseñado a observar a gente como promesa (no hay que perder de vista que la mayor parte de mi vida profesional la hice entre adolescentes, las almas más hermosas). La novela me enseñó (no sin desgarrón) a distinguir el ser del deber-ser; el ser del hombre, con sus grandezas miserias y el deber-ser con una dosis de moral rayana en el angelismo. En cuanto a la fotografía (obtuve un primer premio en la Embajada Española en Suiza) me enseñó los matices del gris; los matices de las clases sociales; de la apariencia y del ser; la temperatura del color, la profundidad de campo, la gradación de las sombras, la belleza de luz reflejada, etc., etc., lo cual tiene más incidencia en la vida y novela de lo que uno cree.   – ¿Trabaja en alguna otra publicación actualmente?– Tengo preparado una elaboración de cinco mitos,‘Pendemithia’ para publicar inmediatamente. El objetivo de este librito es el de devolver a los más jóvenes una tierra y unas raíces que poco a poco se nos van perdiendo. El riesgo que esa pérdida supone para la educación y la cultura en general ha sido denunciado, una y otra vez, por los que se dedican a la enseñanza. Por ello, el libro ha sido concebido, con un criterio eminentemente educativo.Tiene además la intención de devolver al muchacho el gusto por la lectura proponiéndole constantemente dos enigmas:

1. El de la propia lectura en su aspecto más formal. En efecto, se diría que el libro tiene una dificultad media en aspectos sintácticos y culturales y una dificultad ligeramente mayor en el aspecto léxico, con el fin de incitar al joven a usar ese tesoro maravilloso del diccionario, cada vez más olvidado en los métodos de enseñanza y en el trabajo personal, solitario que debe hacerse en los hogares.

2. El enigma del propio mito, bajo cuyo suspense se esconden verdades olvidadas por el alma occidental y a las que es imprescindible volver, si se quiere recuperar un humanismo, que fue base y fundamento de la alta cultura europea.

Las palabras griegas que aparecen en el texto, con notas a pie de página, quieren recordar que los mitos nacieron en un lugar donde ese idioma es común. Nada, pues, de «lengua muerta» como se dice estúpidamente, repitiendo un desdichado cliché que tanto daño ha hecho a la enseñanza.

Pero hay otro objetivo de mucho interés que a mi juicio no cede en importancia al otro. El narrador, dirigiéndose a una niña, no ha olvidado el valor que el mito tiene para el alma adulta. Los adultos lo leerán con mucho gusto y notarán rápidamente que la accesibilidad del texto lo hace enormemente sugestivo como elemento educador en el propio hogar.

En cuanto a su forma, aparte de las dificultades graduadas y fácilmente superables, se encontrarán en el texto reflexiones vitales o filosóficas de fundamentación, así como el frecuente uso de la intertextualidad que permite ver cómo los mitos han sido acogidos por muchos poetas y escritores y han sido recreados con rara atención por ellos.

También tengo una novela corta con el inquietante tema del laberinto dispuesta para su publicación también. Más tarea me depara la recopilación de los artículos que durante años publiqué en la sección de ‘Tribuna’ del Diario y las columnas que escribí en la antigua Crónica, y alguna revista de Marruecos.  Tengo una novela sin acabar, ‘Diario de Soledad’, que debe esperar a mi recuperación. Todo se andará.
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