24/04/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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El VAR, escrito así, con ‘v’, nada tiene que ver con esos espacios fascinantes, los bares, que actúan con prismas genuinos, a través de los cuales podemos hacer pasar la realidad, para descifrar sus componentes, y nos la devuelven con todos sus colores. El VAR, con ‘v’, es un acrónimo de ‘video assistant referee’, que en cristiano hemos traducido como ‘vídeo arbitraje’.

Aplicado al fútbol, consiste en la utilización del vídeo para revisar jugadas que se producen a lo largo del partido, que pueden ser decisivas para el resultado y que suscitan duda. El objetivo es subsanar los errores humanos que puede cometer el árbitro. Ante una jugada que puede ser polémica –un gol, un penalti, una expulsión–, se detiene el encuentro y se revisan las imágenes para asegurar la decisión correcta. Aunque su aplicación generó mucho debate, con partidarios y detractores, en mi opinión de lego, todo lo que sea evitar injusticias es una ventaja y creo que los únicos perjudicados son esos jugadores tramposos que engañan y simulan faltas y agresiones. En su ensayo ‘La teoría de los sentimientos morales’, Adam Smith sostiene que todos nos comportaríamos mejor si pensáramos que un «espectador imparcial» está siempre observando nuestros actos.

El motivo que me ha hecho reflexionar sobre el VAR es que ayer lunes (escribo estas líneas el martes) se celebró un debate entre los candidatos a la Presidencia del Gobierno en las inminentes Elecciones Generales. Debate que, obviamente no vi, como tampoco veré el que tendrá lugar esta noche. No me suscita ningún interés escuchar a cuatro muñecos que ni siquiera tienen palabras ni argumentos propios, muñecos a los que les mueven la boca las manos por detrás de esos ventrílocuos que ahora se llaman estrategas y gabinetes de comunicación.

Sin embargo, no me perdería un debate en el que se aplicara el VAR. Un debate así, sí que sería interesante. Cuando cada candidato prometiera que haría tal cosa o que nunca haría aquella otra, detener el debate y que el VAR analizara la jugada, que comprobara si donde dije digo, digo Diego. Y si resulta que son como esos ‘piscineros’ que se tiran en el área sin que nadie les toque, sacarles la tarjeta roja y expulsarlos. A engañar a casa.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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