21/11/2021
 Actualizado a 21/11/2021
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Quedó la columna de hace quince días flotando sobre el silencio de los campos y el griterío de las cosechas alejándose dirección a las matanzas, con parada en los magostos, con intención de seguir su rastro hasta las últimas tareas del año, antes de que la tierra se entregue al sueño. Con los rescoldos bercianos y olor a castañas aún vivos, otros fuegos y otros aromas nos llevan en volandas hasta la Montaña Oriental leonesa. Sospechaba que, a golpe de santoral, con el otoño ya maduro y el frío metido en los huesos, ese griterío acabaría en estas tierras, al rescate de ferias y matanzas que el desembalse humano provocado en los pueblos convirtió en historia.

Por suerte, cada vez son más los que están reaccionando al ver secarse sus raíces –para otros, simples nostalgias trasnochadas– y en actos casi de rebeldía se reinventan con ferias en las que las tradiciones, gastronomía, oficios y cultura más añejos renacen y atraen multitudes, como ocurre este fin de semana en la Feria Multisectorial de Puente Almuhey donde, simbólicamente, la feria de los Veintes vuelve a estar viva.

El acto se adereza con folklore, desfile de pendones, coros, danzas y concurso de acordeones, dando ambiente festivo a este abrazo del pasado y el presente. Las ristras de ajos, prendas de abrigo, pastas, mieles y confituras esconden trucos de la abuela, la receta de los frisuelos y el secreto del queso quemón. La exposición de aperos de labranza cuenta los oficios ya perdidos de cuando el hombre y la tierra se entendían. En las cucharas y figuras talladas está el abuelo en el poyo de la puerta lamiendo un taco de madera con navaja temblorosa y los pies cubiertos de virutas y en los embudos oxidados y varales vacíos está el olvido. En cada detalle expuesto los ancestros vuelven por un día, mientras los fogones de Puente arden para darnos una tregua con un Cocido de la Montaña.

Ayer, la llegada y exposición de ganado de todo tipo y perros de diferentes razas bien podría representar la feriona grande de Santa Catalina hace décadas, cuando labradores y animales de toda la comarca, como en una peregrinación bíblica por los valles, llegaban de los cuatro puntos cardinales hasta Puente Almuhey, con la ermita de las Angustias en el cruce de todos los caminos, dándoles la bienvenida. Por ahí entraban los de Prioro, Tejerina o Villacorta mezclados con los llegados desde Riaño, viendo venir de frente a los de Cistierna y sus pueblos intermedios. Por el sur entraban los de Almanza y por el norte aparecían los del valle del Tuéjar y Ocejo que, cruzando la collada hasta Ferreras, se sumaban al peregrinaje por el Valle del Hambre abajo… hasta que Puente rebullía de compradores, vendedores, animales y tratos. Muchos tratos, cuando la palabra de un hombre era firma de notario y un buen apretón de manos sellaba un contrato.

Si ayer Puente Almuhey olía a ganado y monte, hoy huele a mondongo y cocina. Pasado y presente se mezclan en las artesas. Es día de matanza. Las chimeneas de toda la comarca humean y desde el alba, hay un ajetreo inusual en casas y corrales. En una cocina, echan la parva dando cuenta de un buen desayuno regado con orujo y ya con cuerpos entonados, empiezan la faena del día más esperado del año. Nada se improvisa. El cerdo está cebado, cuchillos y tijeras afilados, barreños y artesas listos, porque hombres y mujeres llevan días preparando hasta el más mínimo detalle para el ritual de la matanza.

El griterío esperado aparece y el aire mezcla voces masculinas, risas infantiles, el quejido del gocho y el rumor silencioso de mujeres en su ir y venir con calderos de sangre y baldes para recoger tripas que, sin perder tiempo, lavarán en el rio ateridas de frio. Una jornada tan agotadora como festiva en la que, muerto el cerdo, no quedan cuchillos libres mientras las artesas se van llenando de cebollas, migas, ajos, sebo… todo bien picado y aderezado con pimentón y orégano. La tarde huele a mondongo, las tripas ya están cortadas, cáñamo y embudos listos, el agua hierbe en la chapa y empieza una larga noche de mujeres, cocina y morcillas mientras ellos pican carne para hacer chorizos, pero eso será otro día porque la matanza son jornadas de estazar, salar, embutir, adobar… hasta que las vigas de la hornera se convierten en tendales rojizos, varales arqueados por el peso de morcillas, chorizos, lomos y costillares, antes de cerrar la puerta. El humo, la oscuridad y el tiempo harán el resto.

Todo esto esconde esa matanza simbólica convertida en turismo, reclamo del pasado para salvar el presente de comarcas despobladas. Quien hoy no pueda ir a Puente Almuhey o se quede con ganas de más, podrá hacerlo los días 27 y 28 en las Jornadas de la Matanza de Cistierna, en su tradicional Feria de Santa Catalina. Y para los más rezagados siempre quedará Riaño, que se reserva su matanza con parva y chanfaina para el puente de la Constitución y la Inmaculada.

Y que el apocalipsis prometido nos pille en un pueblo de éstos con pan, vino, leña y la matanza hecha.
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