Maximino Cañón 2

Vamos a la ‘Esta’, la de Matallana (1)

06/06/2023
 Actualizado a 06/06/2023
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La estación Matallana es una estación de ferrocarril situada en la ciudad española de León, en la provincia homónima. Fue construida en 1923 y ha estado en activo desde dicho año hasta 1983, año en que se cerró para volver a ser recuperada en 1993, prestando servicio de forma ininterrumpida desde entonces, si bien con un recorrido diferente con un inicio y final en el apeadero de la Ventas de Nava.

Ahora que se ha cumplido el centenarios de su construcción, no trato de relatar su historia, tirando de hemeroteca de la época, de este entrañable ferrocarril de vía estrecha que tanta vida dio a las localidades por las que pasaba, permitiendo un acceso fácil a la capital de la provincia, cuando pocos tenían vehículos de motor, sino de apelar a las vivencias que muchos de los que, todavía tenemos las suerte de contarlo, recordamos con gran cariño. Para los que pasamos los años de nuestra niñez y juventud en sus cercanías, supuso mucho más que un servido de transportes, ya que por entonces poco viajábamos a nos ser en compañía de nuestros mayores, cuando solíamos ir, en fechas determinadas, a los pueblos de donde descendíamos y en los que todavía había vida, pero eso a nosotros nos preocupaba relativamente. A los chavales lo que nos atraía era la ‘Esta’, denominación en abreviatura con la que nos referimos a la ‘estación de Matallana’, cómplice de tantas aventuras y travesuras llevadas a cabo por los chicos del barrio de Renueva. Como he comentado en otras ocasiones, la estación era nuestro refugio. Lo mismo jugábamos al fútbol en la parte anterior a la entrada a la misma que intentábamos meternos en los coches y vagones de tren allí depositados, intentando, inconscientemente, eludir la vigilancia de los conocidos guardas: Agapito y Clausin, el primero con la temida carabina con munición de cartuchos de ‘sal’ y el segundo con una amenazante ‘cacha’ con la que, aunque nos amenazaban para ahuyentarnos del peligro que nos acechaba, al estar jugando alrededor de las vías del tren, sin ser conscientes de ello, nunca hicieron uso de las armas, si acaso de manera disuasoria, con el fin de alejarnos de peligro que suponía andar jugando entre las vías.

La estación de Matallana, esa que tanto servicio y vida dio a los habitantes de la montaña y la ribera de Torío, para los que en ella casi nos criamos, se puede decir que hasta que nos hicimos mayores supuso más que lo que hoy puede suponer cualquier parque de atracciones. Yo tengo la suerte de vivir ahora en sus cercanías y desde la balconada de mi casa la puedo contemplar a diario regocijándome en el recuerdo de ver al Señor Tagarro, Factor autorizado, despachando billetes y al jefe de estación, D. Valentín, con su banderín rojo en la mano y su silbato en la boca, dando salida al tren o haciéndole esperar unos segundos para que algún lechero rezagado pudiera subir sin peligro con las cantaras de leche vacías. Recuerdo, en una de esas, oír decir al jefe de estación: «La próxima vez que llegues tarde, te quedas en tierra». Creo sinceramente que la historia, sobre todo la humana, de todo cuanto que aconteció a su alrededor en los años de vida que tuvo, está por escribir y cada vez vamos quedando menos de aquellos que hemos tenido la suerte de conocerla y que hoy la contamos.
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