20/05/2021
 Actualizado a 20/05/2021
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El 24 de septiembre de 1998 se celebró en Bilbao, en el antiguo San Mamés, un encuentro de fútbol entre el Athletic y la Juventus. En el equipo de Turín, jugaba un tal Zidane, un tipo que, cuando tocaba la pelota, hacía callar a todo el estadio. Desde Vegas, marchamos a ver el partido Valerio, que por aquel entonces tendría setenta años, Rafa y un servidor. Nos consiguió las entradas un elemento de Bilbao y nos tocó verlo al lado del fondo sur, donde colocaron a toda la hinchada italiana. Como venían cachondos y debieron acabar con toda la cerveza de los bares de al lado del estadio, dieron guerra desde el primer minuto. Lo peor fue en el descanso, cuándo empezaron a arrancar las sillas de plástico y a tirarlas al campo. Como digo, estábamos a diez metros de ellos, y a Valerio no se le ocurrió otra idea que hacerles señas para que se calmasen. Ni puto caso le hicieron; incluso tiraron alguna a ver si nos daban. Todo acabó cuando la policía y la seguridad privada del estadio subieron a la grada y les dieron más hostias que a un tambor en un desfile.

Me acuerdo de esta anécdota, imborrable para los tres, porque se parece mucho a lo que está ocurriendo en Palestina estos días. Un estado, Israel, borracho de prepotencia, mata moscas a cañonazos y el resto del mundo hace como Valerio: perder el tiempo pidiendo mesura. Es más, Estados Unidos, el gendarme del mundo, dice que la respuesta judía es «proporcionada» ante los ataques de cuatro exaltados (Hamas) que lo único que quieren es tener el derecho a tener una patria. Van ya cientos de muertos, la mayoría civiles (mujeres y niños), que el único pecado que han cometido es vivir en la franja de Gaza. Nunca un crimen como el que cometió Hitler contra sus antepasados ha sido tan rentable para un pueblo. Les ha dado, a los judíos, patente de corso para hacer lo que han querido en los últimos ochenta años. Y el resto del mundo, callados como putas. Llega hasta tal punto la desverguenza que Israel, apoyado por los americanos, ha desoído todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (que son bastantes) en su contra, y no ha pasado nada. Al lado, en Siria, ese mismo Consejo y las potencias occidentales, han bombardeado con resoluciones condenatorias al régimen de Bashar al-Ásad y han conseguido que huyan de su país más de seis millones y medio de personas porque les es imposible vivir allí. El doble rasero de Europa es, si cabe, más doloroso. La primera potencia económica mundial, la Unión Europea, es incapaz, como ha reconocido Borrel, de influir siquiera un poco en el agresor israelita para que cese su ataque y su opresión sobre el pueblo palestino. No solo eso: si tienes la desgracia de leer cualquier periódico español, inglés o alemán, verás que apoyan, en la mayoría de los casos, la agresión y que desvían la culpa a «los grupos terroristas islámicos». No se puede caer más bajo. Sólo hay dos razones para que lo hagan: o los propietarios de los diarios han dejado claro qué es lo que tienen que escribir los periodistas, o que las informaciones están firmadas por gente a la que le dieron el título en una tómbola y no tienen ni idea (ni les preocupa), de la historia de Oriente Medio.

Volviendo a recordar a Valerio, cuando la primera Guerra del Golfo, después de que Sadam Husein invadiera Kuwait, dijo, después de jugar la partida, en la tertulia, que «¡vaya valientes que son! Esto es como en los recreos de la escuela, cuando había un abusón que pegaba a todos sin motivo». Occidente, sobre todo los Estados Unidos, tienen vocación de matón de barrio, pero sólo ante aquellos que no les ríen las gracias y dicen a todo amén. A sus aliados, por el contrario, se les permite hacer todas las barbaridades que se les ocurran, y encima le prestarán su apoyo. Tal es, como digo, el caso de Israel, que ejerce en su región de matón, que impide que el petróleo y el gas de los países árabes ‘amigos’ caiga en poder de sus legítimos dueños y siga en manos de una élite que está de acuerdo en todo con los occidentales. Son los mismos que han concedido ‘asilo político’ a nuestro emérito…

Valerio murió hace unos pocos días. Y Luisa, la del bar, también. Lo hicieron a su debido tiempo, a los noventa y pico de años, después de haber trabajado toda su vida como vietnamitas. Tuvieron la suerte de no ser un número más en la incontable lista de fallecidos por el coronavirus. Les tocó vivir en los años de hierro de esta España que había sufrido la guerra entre hermanos cuando ellos eran unos críos. Pero ni uno ni otro perdieron nunca la sonrisa. Me acordaré siempre de Luisa y de sus inigualables y exquisitas tapas. Y me acordaré de Valerio todos los días, cuando vea a sus hijos por la calle, cuando juegue el Athlétic o cuando haya una concentración de pendones en cualquier lugar de la provincia. Nunca se me olvidará aquella mañana, después de Santiago, subidos en el camión que devolvía los palos de todos los que habían acudido a Vegas, a pasar el día y a presumir de lo suyo.

Salud y anarquía.
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