Valeria y las hormigas

11/10/2022
 Actualizado a 11/10/2022
Guardar
Una hormiga carga la cáscara de una pipa a sus espaldas. La esquivo con los pies, respetando un trabajo tan digno como difícil. Tan pequeña, tanto peso, tan valiente... sobre ese suelo de hormigas, está Valeria. Una sonrisa que estrena ojos a la vida desde sus cuatro años que aún no completan ni los dedos de una mano. Y dos ha convivido con un diagnóstico de espectro autista, algo que la hace especial, sin más. Especial porque le da lecciones al mundo que le toca y porque alza la voz desde esa risueña infancia desde la que solo debería recibir y no exigir nada. Pero tiene que hacerlo. Con cuatro años. Valeria pide lo que necesita y lo que el mundo parece sortear como si pudiera esquivar lo que para ella es crecer. Ella quiere hacerse mayor como los demás, esos que también son especiales, sin más. Porque Valeria no ve más diferencias en los otros que las que ella tiene para comprender un mundo que no responde a lo que ella es. ¿Quién se lo explica? ¿a ella, al mundo? Cada mañana, sus padres la despiertan para ir al cole. Es ahí donde se fabrican las herramientas para avanzar. Y Valeria no las tiene. Le falta un bastón que soporte sus pasos. Y una mano para cogerlo cuando a ella no le alcancen las suyas. Cuatro años y un bastón especial…¿tan difícil es de entender?, dicen desde el cole los que no son tan miopes como el mundo. Valeria quiere aprender y lo pide a gritos, sin darse cuenta de que lo que ha hecho con ese gesto de reivindicación y espejo, es enseñar un mundo en el que las diferencias se esconden para no tener que repartir bastones. Un mundo global en el que el catalejo político no para en esas pequeñeces de colegio. Sus gafas no dejan pasar más luz que la que aportan las grandes inversiones en asfalto o en edificios imposibles. Y Valeria no les juzga. No es jueza. Es solo una hormiga con una cáscara de pipa a la espalda que pide poder llevar con su valentía y la complicidad del mundo.
Lo más leído