Vacunas porque sí

Tomás Vega Moralejo
25/01/2022
 Actualizado a 25/01/2022
Supongo que nadie publicará esto, pero, por si acaso, vaya por delante, querido lector, que estás leyendo un mero artículo de opinión, de una persona que gusta de estar informada pero que no tiene formación médica, y eso puede hacer que no interprete bien toda esa información que lee.

Hecha esa llamada a la precaución sobre lo que se lee, tan necesaria hoy en día, venía yo a salir al paso de ese vídeo viral, en el que uno de los pioneros de la tecnología de ARN mensajero, Robert Malone, pide encarecidamente que no se vacune a los niños contra el Coronavirus porque corren un grave peligro.

Es un vídeo tan tremendista que me fui rápidamente a comprobar si era auténtico, o le ponían nombre de científico a un charlatán, o a un científico subtítulos que no se correspondieran con lo que estaba diciendo. Y bien: el hombre ese ha dicho eso, comprobado. Faltaría saber si lo dice desde sus conocimientos como pionero de esa tecnología, allá por los años ochenta, o a sabiendas de cómo ha avanzado ésta hasta la actualidad. Al fin y al cabo los Rayos X, por ejemplo, causaban cáncer en sus inicios y son completamente seguros desde hace muchos años.

No he investigado yo a ese investigador, yo vengo simplemente a darle la razón de no vacunar a los niños pero desde la lógica:

El Coronavirus es prácticamente seguro que no le va a hacer nada a un niño, entonces ¿No es absurdo «protegerlo» de un peligro inexistente para él?

Y ya está, no hay más preguntas, porque las vacunas éstas no impiden que sea contagiado y contagie.

Objetivamente (porque sencillamente no ha habido tiempo para ello), no se sabe de los efectos a largo plazo de estas vacunas… pero todo indica que son seguras y las aceptamos como tales en adultos, porque en un adulto sí es un riesgo el Coronavirus; pero, insisto: ¿Por qué vacunar a un niño contra un virus que nada le iba a hacer?

Venga, va… ya me están lloviendo las críticas si esto ha salido a la luz. Tan radicales los hay antivacunas como provacunas, que pretenden discriminar severamente a quien no se vacuna, tal vez simplemente por un respetable miedo a una vacuna que no deja de ser un medicamento, con sus posibles efectos adversos.

Confieso que me vacuné aún hace solo un mes, y no por sentirme en peligro por el Coronavirus, pues lo pasé hace un año que ni me enteré (la vacuna, en cambio, me tuvo con un extraño cansancio unos cuantos días), sino por sentir la presión de que hay que vacunarse. La misma que ha sentido tanta gente que no quería vacunarse, y lo ha hecho al temer que la marginaran socialmente. La presión ha sido tan efectiva, que definitivamente ya no va a hacer falta imponer el dichoso pasaporte Coronavirus, con el que pretendían la cacicada de que los camareros hiciéramos de polis (sin suplemento económico por ello) a la puerta de un bar.

Pero la presión sigue y ya se habla de marginar a los no vacunados en las cenas de Navidad; el riesgo si acaso es para ellos, pero esto ya parece aquello de –como yo tuve que pasar por el aro, pasas tú también o no te ajunto–.

Oigo conversaciones de provacunas tan tremendistas como las de los antivacunas. Olvidan en ellas que un vacunado también puede contagiarse y contagiar, y que en los hospitales hay también, con Coronavirus, muchos vacunados.

Ponerse la vacuna parece, así, una decisión meramente personal, pues es uno mismo quien asume el riesgo… pero también parece una forma de evitar que se vayan a saturar los hospitales, ya que es un hecho que la vacuna hace su trabajo; así que sí: vacunarse es, por lógica, lo acertado en personas vulnerables.

Pero lo sensato parece, por lógica, no vacunar a quien no es «de riesgo»… como nuestros peques.
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