03/12/2021
 Actualizado a 03/12/2021
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En este lío de desinformación continua que rodea la covid19, desde no pocos medios de comunicación apuntan a que el incremento en los contagios en países de Europa, viene de la mano de las bajas tasas de vacunación. Sin embargo, solo con mirar a Portugal nos damos cuenta de que debe haber algo más. En estos momentos Portugal, que tiene la tasa de vacunación más alta de toda la Unión Europea con el 87 % de la población con la pauta completa, vuelve a marcar una incidencia de 325 casos por cada 100.000 habitantes.

Lo que de momento parece claro es que, aunque los contagios se incrementen, las hospitalizaciones, cuadros graves y fallecidos no aumentan (de momento) en la misma proporción, por lo que parece que las vacunas, aunque no están siendo un remedio definitivo, sí que cubren parte de su función, que es evitar muertes.

Con todo esto sobre la mesa, empieza a estar cada vez más presente el debate de la obligatoriedad en la vacunación, bien sea ‘de iure’ acarreando penas económicas o ‘de facto’ limitando la libertad de movimiento de los ‘vacunascépticos’ hasta límites insoportables y que no les quede más remedio que vacunarse.

Desde un punto de vista filosófico, circunscrito al ámbito liberal del que suelo escribir en esta columna, todo lo que implique una obligatoriedad o una limitación en algún derecho fundamental, me repatea. Sin embargo, el debate de vacunas sí o vacunas no, es muy complejo y hay que enfocarlo desde distintos puntos de vista y con una información completa sobre la mesa que, a día de hoy, o se nos oculta o se nos falsea.

Parece claro que, si las vacunas actuales fuesen esterilizantes (que no lo son), o si se demostrase (ahora cada día se dice una cosa) que los vacunados tienen menos carga viral, la obligatoriedad en la vacunación sería meridiana, ya que la libertad de los que no quisiesen vacunarse, entraría en conflicto con los que por algún motivo no se pudiesen vacunar o con los que las vacunas no les hacen efecto. Sin embargo, como esto no es así, podría hasta ser lógico que alguien se negase a vacunarse.

Sin embargo, en todo este planteamiento falta un elemento a tener en cuenta. De momento sí que parece que las vacunas reducen los cuadros graves, que en definitiva redundan en una mayor ocupación hospitalaria, saturan la sanidad y que causan un perjuicio a la libertad del resto de ciudadanos que tienen derecho a una intervención quirúrgica que se pospone o a una atención sanitaria de ‘calidad’.

Si los negacionistas de las vacunas firmasen un descargo de responsabilidad por el que les pusiesen en la atención hospitalaria a la cola tras los vacunados, no tendría ninguna duda de que la vacunación debería ser exclusivamente voluntaria, pero como esto no va a pasar, no veo más remedio que, de una forma u otra, se termine obligando a todo el mundo a vacunarse.
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