16/05/2021
 Actualizado a 16/05/2021
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Reivindico el vacío. Al menos el derecho al vacío como una construcción teórica en medio del afán por lo lleno. Es decir, garantizar la elección a vivir en el vacío sin que ello suponga ni una renuncia ni una discriminación.

Se clama contra lo vacío o lo vaciado, sin duda alguna con razones justas, aunque ese grito oculta su envés, el de lo lleno, por lo general lo excesivamente lleno, que al cabo es tan o más pernicioso en términos individuales que lo deshabitado o lo levemente poblado. Si hay una España vacía o vaciada es así porque hay otra España colmada o repoblada, lo cual, si algo o alguien velara por el equilibrio y por la equidad, no habría de ser negativo en sí. Menos aún si la elección del asentamiento fuera realmente libre. Por eso mismo en esta sociedad saturada reivindicar el vacío es reivindicar la libertad.

Ahora bien, no reclamo ermitaños ni comunas autosuficientes de idealistas trasnochados, que también, sino la posibilidad al alcance de cualquiera de decidir ocupar un espacio vacante sin aspiraciones a verlo repleto o a que se lo rellenen. Desde luego a que no se lo colmen con molinillos ni espejos solares ni especies biocombustibles ni turistas accidentales por el hecho de haber sido antes desocupado. Es el derecho de las minorías. Tan estimable como el de las mayorías. A unas y a otras el mismo derecho y el mismo deber, la obligación de un Estado o lo que sea eso donde vivimos.

Necesitamos el vacío tanto como lo rebosante, o deberíamos combatir ambos en razón de su perjuicio, pero que al menos se nos permitan decidir entre lo uno o lo otro. Esa es la justicia. Hoy por hoy, sin embargo, se nos presentan como dos condenas, ni lo hueco ni lo espeso nutren la vida con alimento sano. Y, además, los modelos de esas vidas se uniforman de un modo bárbaro sin el respeto exigible hasta la total confusión. Llega entonces el vacío que anula, la vacuidad, lo que no tiene contenido y que, sin embargo, se extiende en casi todo territorio sin piedad, sin fin…
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