03/04/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Viví durante casi 15 años en un pueblo en el sur de Salamanca en el que el médico iba un día a la semana y donde la escuela más cercana estaba a cinco kilómetros (y la de allí lleva cerrada decenas de años, convertida ya en escombros). En mi pueblo no hay tienda (cerró) y el bar abre un rato por la noche, aunque entonces no tenía yo edad de estar bajando a tomar mahous como si fuera lo más normal del mundo. La carretera, 30 años después de construirse, sigue casi igual que desde el inicio, porque apenas se molestan en tapar baches en el mes de julio, cuando el asfalto recalentado se funde con la arenilla que los camineros dejan hasta que poco a poco llega a las cunetas. Tengo la certeza absoluta de que el presidente de la Diputación jamás ha pasado por allí, por más que gobernara durante décadas a 20 kilómetros, pero supongo que siempre ha estado más ocupado en llevarse bien con Mañueco y otros jefes populares. Y esto no es un ataque al PP, sino a la clase política en general, la que ahora se ha dado cuenta de que en los pueblos hay un caladero de votos que sí importan después de años de oscilar entre el desprecio más absoluto y la arrogancia capitalina más atroz. No sé por qué ahora nos vamos a creer su preocupación por los pueblos, cuando la reducción de centros de salud, de ambulatorios con urgencias y, sobre todo, de profesionales ha sido tan abrumadora que cada vez es más difícil ir al médico. Pero pese a todo esto, vamos a oír mucho a partir de ahora lo de los planes contra la despoblación... como los últimos 20 años...
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