19/02/2021
 Actualizado a 19/02/2021
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Un periódico informaba días pasados que los vecinos de Nistal de la Vega se habían visto sorprendidos cuando una vaca deambulaba libremente por las calles de la localidad. No me extraña que tal acontecimiento sea noticia, pues ciertamente por las calles de nuestros pueblos, perfectamente asfaltadas y hasta adoquinadas, es casi imposible ver un animal doméstico, salvo que sea el perro de un foráneo dominguero sujeto con correa y correspondiente bozal. No siempre fue así, pues en las calles de los pueblos, en las que antes sí había gente e incluso niños, había espacio para vacas que llegaban o salían a los pastos o cuando el dueño la llevaba de ramal a la monta del toro del vecino, había espacio para los rebaños concejiles que repartían casi tantos atajos de ovejas como de familias, las gallinas realmente vivían en la calle, y los perros casi nunca estaban en casa. No me extraña que los vecinos de Nistal llamasen al servicio de emergencias 112 al ver una vaca por sus calles, que sacasen fotos y las colgasen de las redes sociales, y que apareciese un periodista para cubrir tan excepcional noticia. Cualquier día, en alguno de nuestros pueblos de esos que han sufrido una sangría poblacional y que están habitados por una docena de ancianos, nos encontraremos con un niño corriendo por la calle o jugando en los columpios oxidados, y abriremos todos los telediarios. Eso es lo que nos queda, pueblos sin animales y sin personas, pueblos fantasmas a cuyas calles ya únicamente se acercan, y lo hacen con total impunidad, una diversidad de fauna salvaje que prolifera de forma desmedida y ya no tiene miedo a nada ni a nadie. Es más fácil ver en las proximidades de un pueblo, o cruzando sus calles, a un jabalí que a una vaca, a un lobo que a una oveja, a un buitre que a una gallina. La cabaña ganadera ha desaparecido en unos casos y se ha ido al monte o a estabulaciones fuera del caso urbano en otros, y en aquellas excepciones en las que todavía ocupan el espacio urbano, hay que estar permanentemente escapando de quienes le tienen inquina, que son muchos.
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