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Ut Caesar cum affectio, III

15/01/2015
 Actualizado a 14/09/2019
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Lo bueno raramente es fácil de conseguir, lo fácil de conseguir casi nunca es bueno. Llegar, para algunos, ha sido o es aun hoy en día muy fácil. Si analizamos con atención el árbol genealógico de buena parte de los dirigentes políticos y económicos de nuestro país, podemos comprobar, sin lugar a la sorpresa, que una gran mayoría son vástagos de ancestrales cunas que imprimen, parece, carácter y capacidad de liderazgo más allá de lo que su propia formación o historia de vida avala. Llámame poderosamente la atención cuando escucho a estos lenguaraces, la absoluta seguridad en lo que dicen, sin sombra de duda y por tanto sin asomo de querer o precisar acuerdo con otros. Parecen estar señalados por dedo divino que les convierte en infalibles y muestran arrogancia alejada de todo servicio a la comunidad a la que dicen deberse. Han dado ya el banderazo de salida para conseguir, la mayoría para permanecer, sillón o cargo público para de ese modo sentirse ungidos por alta valía cuando en la mayoría de los casos sólo han demostrado servilismo extremo ante el líder y capacidad para defender el ideario del partido sin cuestionar en ningún caso siquiera alguno de sus postulados. No conozco a nadie que me merezca respeto que diga siempre sí a los suyos y niegue, hasta tres veces, lo que dicen otros. No me considero mejor que ningún joven, pero tampoco menos válido que ninguno de ellos. No soy, ni puedo ser el mejor en todo, pero sí que en todo puedo llegar a ser mejor, al igual que todos los de mi generación, o mayores que llevan desde el siglo pasado moviendo los hilos de nuestras vidas. No debemos rechazar o apartar a nadie de la vida pública en razón de su edad, del mismo modo que no debemos vetar a nadie por el simple hecho de ser joven, y seguramente inexperto, aunque en no pocos casos ello signifique ganas de hacer y cambiar las cosas frente a lo hecho por los responsables de esta crisis. Quiero, necesito, aire limpio y nuevo. O es que tú piensas de otro modo, oh Caesar.
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