19/05/2019
 Actualizado a 11/09/2019
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Hace diez años que se nos fue Antonio Pereira, pero nos quedó Úrsula. Nos quedó ‘Lula’, la bella mujer de Jaén a la que Antonio conoció en León, en la cola del cine, allá por 1950. Ella, jovencísima, pasaba unos días en la capital leonesa con unos parientes, y allí nació el amor, inesperado y feliz. Como en los mejores relatos.

Úrsula era Antonio, y Antonio era Úrsula Rodríguez. Lula era Pereira, y Antonio un leonés que pasó parte de su vida en Madrid y en la Costa del Sol. Siempre bajo el dulce sol de una mujer guapa, inteligente y cariñosa. Úrsula tenía sol andaluz y Antonio, que era puro noroeste de niebla e ironía, también tenía sol, aunque lo velaran las nieblas natales. Era la luz de la gracia, la palabra y la raíz. La música del Burbia y del Valcarce. Antonio era la alegría, también esa que a veces viene del dolor y del olvido y que, justo entonces, es invencible. Estar con Antonio era estar en la felicidad. Estar con Úrsula, era estar con Antonio y con la alegría al mismo tiempo. No he visto pareja más unida y cómplice, más ejemplar y cercana.

Ellos nos inundaban con su naturalidad y su cariño. Antonio creaba la literatura con lo más sagrado: su vida. No le hacía falta buscar: lo encontraba en su interior. En su memoria vivía el germen, cálido y cervantino, de una obra siempre trazada por la bondad, el humor y la compasión. Así iban naciendo sus poemas. Y sus cuentos, que son la más bonita colección que se ha escrito en España desde hace medio siglo. Porque tienen el requisito indispensable de la excelencia literaria, tal y como definía Borges: el encanto.

Y el encanto se tiene o no se tiene. Antonio lo tenía a raudales. Antonio, que se plantó un día, con Úrsula naturalmente, en la casa de Borges, en Buenos Aires, y que pasó una tarde con el gran escritor. Hay fotos de aquella tarde austral, hay sorpresa y el testimonio del alma viajera que Antonio y Úrsula tanto cultivaron.

Es muy doloroso saber que Úrsula ya se ha ido. Hace unos meses me llamó por teléfono, creo que fue la última vez, y estuvimos hablando más de una hora. Yo estaba en La Unión, Murcia, había ido al festival de flamenco del cante de las minas, algo que parece poco probable en un berciano. Ese flamenco que es la música que mejor acompaña en el dolor. El flamenco de la tierra de Lula, el que ahora mismo voy a escuchar en homenaje a una mujer extraordinaria. Mientras lloro y lloramos a Antonio y a Úrsula. Ahora a los dos juntos, en el aire infinito del amor y la gratitud.
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