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Urbanitas contra aldeanos

17/03/2023
 Actualizado a 17/03/2023
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Nos hemos mudado. Nos fuimos de un valle de la parte asturiana de la Cordillera Cantábrica, al valle de al lado. De una casa en lo alto de una aldea de diez casas, a una casa en lo alto de una aldea de ocho casas. De unas cuestas a otras. De unos hórreos a otros. De un bosque de hayas a otro bosque de hayas.

La primera aldea, donde había cinco viejos deliciosos que contaban historias de la mina y bebían sidra y llevaban a la yegua a pastar a las brañas y ordeñaban la vaca, y había también un tipo que construía y reconstruía su casa de piedra y tallaba madera y cavaba surcos y más berzas y zanahorias y patatas, sufrió una invasión de urbanitas. En la fuente, llena de tritones y renacuajos, echaron dos carpas que se comieron todos los tritones y renacuajos. Alimentaban a camadas enteras de gatos, que se empezaron a multiplicar sin cuento. La aldea y alrededores se llenaron de gatos. Un gato suelto caza entre 23 y 46 pájaros y entre 129 y 338 pequeños mamíferos cada año. Dejamos de escuchar el canto de los pájaros. También le daban de comer a dos mastines que descuidaban las vacas en los ‘praos’. Al mismo tiempo, se quejaron porque dejábamos a nuestro perro suelto y les ladraba. Trajeron a más urbanitas para que compraran las casas viejas del pueblo, un chollo, y así no estaban tan solos. El pequeño aparcamiento de la entrada se llenó de coches.

Esta historia me recuerda a la novela ‘Los asquerosos’, de Santi Lorenzo. Un tipo tiene un altercado con la policía y huye y se esconde en un pueblo abandonado. Se hace fuerte ahí y la acaba cogiendo gusto a la soledad del campo. Hasta que un día una ruidosa familia de ciudad compra la casa de al lado por cuatro duros y la invade con su música, sus voces y sus motores. Y el tipo empieza a tramar su venganza para echarlos de su pequeño paraíso.

Pues eso. Que todo el mundo tiene derecho a tener su casa en el campo, faltaría más. Pero habrá que respetar lo que te encuentras. Habrá que aprender sobre la vida rural. Sobre sus ritmos. Sus costumbres ancestrales. Sobre la naturaleza.

Yo antes era muy partidaria de que la gente abandonara las ciudades y se fuera a vivir al campo. De que hubiera un movimiento migratorio al revés del tradicional, de la ciudad al campo. Visto lo visto en esa aldea, ya no sé qué pensar.
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