04/09/2018
 Actualizado a 11/09/2019
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Ha finalizado el mes de agosto en el que toda España se relaja y descansa. Las playas a tope. Los pueblos, desiertos en invierno, en verano están llenos de vida. Por la Virgen de agosto la mayoría de estos pueblos celebra sus fiestas. Es periodo de vacaciones. En el mundo de la educación también. Los institutos y colegios se preparan para la avalancha. Con el comienzo de septiembre, a las nueve de la mañana, todos los alumnos con suspensos se dan cita en las aulas. Estos alumnos han pasado sus vacaciones en la playa, en sus pueblos o en la ciudad, siempre amenazados por sus padres: «estudia, hijo». Pero es muy difícil concentrarse en ese ambiente vacacional. En muchos casos se ocultan estos suspensos en las concentraciones vacacionales. Un amigo mío que pasaba sus vacaciones en una gran urbanización de Salou con vecinos de Madrid, Barcelona, Zaragoza o Tarragona solía bromear: «El día uno de septiembre, a las nueve de la mañana, la mayoría de los niños de mi urbanización tienen hora con el dentista, sólo mis hijos se examinan de las asignaturas suspensas».

‘Septiembre’ es una palabra cargada de connotaciones y significados peyorativos. Para muchas personas este término es sinónimo de depresión porque terminan sus vacaciones y tienen que enfrentarse a todo un año laboral. Es muy fácil etiquetar negativamente a una palabra despectivamente y convertirla en tabú. Esto sucede con ‘septiembre’ para muchos estudiantes que les han dictado cada mes de junio la sentencia: «Suspenso, para septiembre». Les suena a condena y odian esta palabra.

Pero los exámenes de setiembre tienen sus días contados. Y yo estoy de acuerdo con este cambio porque creo que las ventajas son superiores a los perjuicios. Varias comunidades autónomas han aprobado este cambio de septiembre a los últimos días de junio, con dos semanas de margen entre la evaluación final y la extraordinaria, contando con la ayuda de los profesores para superar esos exámenes de un modo más pragmático y gratuito.

Es muy posible que este haya sido el último verano que los padres hayan estado buscando academias que preparen a sus hijos para septiembre. Posiblemente no volverán a convivir con los libros de texto en la playa o en la casa del pueblo.

Los estudiantes lo prefieren. Ellos desean quitárselo de encima lo antes posible. Al final de junio lo tienen más fresco, se concentran mejor y van a liberarse todo el verano. Hay alumnos que nunca han podido disfrutar de unas verdaderas vacaciones y esto afecta a su estado de ánimo y al del resto de la familia.

Los padres desde siempre han solicitado la desaparición de estas pruebas. Ya sea porque no disponen de recursos económicos para pagar unas clases particulares, ya porque se rompe la armonía y se condicionan las vacaciones de toda la familia. O simplemente porque el alumno no descansa en verano.

Los profesores están más reticentes al cambio porque son escépticos a los resultados del mismo. Es imposible que un alumno recupere en quince días la materia que no ha sido capaz de aprender en tres trimestres. Esto serviría solamente para recuperar casos leves: láminas o trabajos pendientes, un examen o un tema concreto. Por otra parte, no creo que a muchos profesores les haga mucha ilusión alargar quince días el curso para recuperar a sus alumnos suspensos. Me temo que les va a dar igual porque la corriente va en la dirección de suprimir los exámenes de septiembre y ya no hay quien lo pare. En la calle quedará el dicho «tú para septiembre» para mofarse del que no se entera de algo. Pero en los colegios españoles muy pronto nadie irá «para septiembre».
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