10/09/2022
 Actualizado a 10/09/2022
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Confieso que soy una de esas personas que de adultas siguen siendo un poco niñas y dejan siempre lo mejor para el final, ya se trate de un postre, un libro, o esa maravillosa aventura llamada ‘verano’. Por eso elijo septiembre para irme de vacaciones y disfrutar del mar, los mejillones y las playas desiertas o las terrazas que, a orillas atlánticas, ofrecen helados de mango y café frapé.

Me gusta también reencontrarme con aquellos paraísos en los que he sido feliz (no estoy de acuerdo con Sabina), por eso he regresado a Oporto y a Ézaro, porque aunque conociese otros lugares e incluso llegase al deslumbramiento, necesito seguir anclando la memoria a los acantilados del noroeste, donde siempre renazco. Volver es comprobar que sigues vivo.

El verano se va, más bien ya se ha ido. Creo haberlo disfrutado lo suficiente como para comprobar que cada espacio mantiene su esencia, pero a la vez, todo es más universal. El tipismo ha entrado en barrena. Si te gusta ir a la montaña y comer embutidos de la tierra lo lograrás, pero buscando antes muy bien en Google dónde, cuándo y por cuánto. Lo mismo sucederá en Oporto con las francesinhas y el bacalhau o en Galicia con el marisco. Eso sí, allá donde vayas, aunque te dirijas literalmente al fin del mundo, lo mas fácil es encontrarte bares que te sirvan hamburguesas, pizzas o nuggets. Y ya si nos ponemos exquisitos, platos combinados o raciones. Nos hemos vuelto poco a poco, muy internacionales.

Supongo que las tecnologías han permitido que el turista llegue a todas partes, no queda nada por descubrir, todo cuenta con reseñas y quienes las tengan negativas están muertos, porque todos nos fiamos de ellas. Se evitan riesgos innecesarios y pérdidas de tiempo. Localizas un castillo, un pequeño faro, una construcción medieval en ruinas, paisajes idílicos; según sea la opinión de los que te han precedido, decides si te compensa. Nada escapa a la voracidad del buscador.
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