14/10/2022
 Actualizado a 14/10/2022
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Que el campo esté unido para defenderse es algo bueno, pero nada distinto ocurre con el gremio de la hostelería, los talleres de coches, los ingenieros aeronáuticos o los protésicos dentales, por poner algún ejemplo. La cuestión es cómo llegar a esa unión y cómo gestionarla para que no se rompa. El vicepresidente de la Diputación de León, Matías Llorente, que a la vez dirige una organización agraria minoritaria, en una entrevista en una cadena de radio, apeló constantemente a la unidad para defender el campo. Se refería a la unidad de las organizaciones agrarias «de izquierdas», esas que surgieron a principios de los año noventa por la escisión de la UCL debido al personalismo llevado al extremo de él mismo y del difunto Gerardo García Machado. Ese luctuoso hecho en sí mismo ya empaña para siempre cualquier otro mérito que pudiera tener en la defensa el campo de la provincia. Pero volvamos a la entrevista, porque dijo que ahora que él se iba a ir y que la organización ya no iba a participar más en la política y en las instituciones, se iban a dar las condiciones propicias para esa fusión de organizaciones presuntamente afines y poder competir con ASAJA. Esto quiere decir que hasta ahora que estaba él al frente de la organización, y que la organización estaba metida en política hasta las trancas, gestionando presupuesto público y repartiendo cargos bien remunerados, era muy difícil el entenderse con otras organizaciones agrarias, de cualquier tipo y condición, para marcar estrategias comunes en la defensa del campo y la ganadería. Arrepentidos quiere Dios, y aunque ya nadie va a poder remediar el daño que ha hecho al campo –esta es opinión personal–, bien está que le deje meridianamente claro el mensaje a los que, quizás demasiado tarde, estén llamados a sucederle. El que le sustituya, hombre o mujer, tendrá que adaptarse a muchas cosas, entre otras trabajar y vivir sin un sueldo de una Diputación Provincial durante toda una vida, un sueldo que ha llegado todos los meses, durante treinta y cinco años, lloviera o hiciera sol.
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