22/01/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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El Gran Hermano de Orwell está a sus anchas en estos tiempos atribulados. A parte de la tontería (y cansina), serie interminable de ‘realitys’ con este nombre que tienen que soportar los tontos de los cojones que los ven en la televisión, está presente en casi todos los órdenes de la vida actual. Fijémonos, por ejemplo, en el asunto de los uniformes a la hora de vestir. ¿Qué no? A ver: en las décadas de los 60, 70 y 80 del pasado siglo (antes de ayer si somos coherentes), los niños y niñas que estudiaban en colegios privados o concertados no tenían la obligación, en la inmensa mayoría de los casos, que llevarlos. Ahora, en este 2016 que Dios nos guarde, todos lo llevan. Los alumnos (as) del Leonés, las Teresianas, los Carmelitas, frailes o monjas, da lo mismo, los Maristas, las de la Asunción, los de la Filial, los de la Anunciata y alguno que se me olvida, van guapísimos a clase con su uniforme. ¿Qué ha pasado?, ¿se han vuelto más clasistas de lo que eran?

Antes, volviendo a la época de la malbaratada transición, los únicos que eran inconfundibles en su vestir eran los fachas: pantalones de corte, camisa, jersey de pico, zapatos castellanos y el inigualable abrigo ése cortado por la mitad en la espalda. Eran inconfundibles. Eran fachas y, sobre todo, eran pijos, como el ‘Pijoaparte’ de ‘Últimas tardes con Teresa’. Uno recuerda ver a Zapatero, al que Dios proteja, vestido de esa manera en cualquier día de cualquier año de aquella remota época. ¡Ah!, perdón, que Zapatero no era facha, ¡acabáramos!; es cierto: pero era pijo. El uniforme...

Los uniformes se utilizan para distinguirse. Sabemos, por como van vestidos, quién es policía, (los menos chungos, porque los que dan miedo van de paisano), quién médico, quién bombero, quién cocinero, quién cura, tradicional o post conciliar, o quién puta, aunque cada día menos porque también las malotas van de paisano. No hablemos del ejército; ahí nació la historia. Los enemigos, daba igual que fueran exteriores o del país, debían saber que aquellos que iban todos vestidos iguales tenían como misión matarles. Tenía que acojonar mucho ver venir contra uno a un montón de hombres de colorao o de azul marino armados hasta los dientes y con cara de pocos amigos. Así, dando miedo, conquistaron los romanos el mundo.

Pero no sólo los que ejercen una profesión van de uniforme. Fijaos en los que piensan de una manera y quieren hacérnoslo saber. Por ejemplo, en los de Batasuna, ahora Bildu. Son inconfundibles; si os dais un paseo por Llodio o por Mondragón, pongo por caso, les distinguiréis enseguida. De abajo a arriba: botas de montaña, pantalones vaqueros o de pana deshilachaos, camisa de grandes cuadros oscuros y varios pendientes colgando de las orejas, como los de los piratas de las novelas. Inconfundibles. O a los de Podemos, con un aspecto parecido, aunque ahí hay más heterodoxia: o van de ‘abertzales’ o de pijos. O a los del Pepe, inmaculados con sus trajes o de sport, siempre de marca. Uno no tiene nada en contra de que cada cual vista como le de la gana. Lo que no entiendo es porqué se quiere uniformar el pensamiento. ¿No es de lo que advertía Orwell en su novela 1984? Qué sabe uno..., es todo tan difícil de entender. Salud y anarquía.
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