Unas determinadas historias indeterminadas

José Ignacio García comenta el libro de Sara Mesa 'La familia'

José Ignacio García
29/10/2022
 Actualizado a 29/10/2022
La autora Sara Mesa. | SONIA FRAGA
La autora Sara Mesa. | SONIA FRAGA
Hace un par de semanas me reuní con una de mis hermanas, a la que veo muy de tarde en tarde, más que nada porque una abrumadora distancia kilométrica nos separa habitualmente. Con una infusión, ella, y un gin-tonic, yo, de por medio, pusimos a airear la memoria y retrocedimos a tiempos comunes de la infancia y la adolescencia, para terminar descubriendo que, pese a haber compartido muchos acontecimientos familiares, cada uno o cada una guardábamos unos recuerdos y unas conclusiones bastantes diferentes a las del otro o a las de la otra.

He rescatado esa sensación leyendo el penúltimo capítulo de ‘La familia’, la nueva novela de Sara Mesa que, como las anteriores, publica el sello Anagrama.

Añadiré que el fin de semana pasado nos juntamos toda la familia de mi novia en casa de su hermana mayor, con cuñados, sobrinas, nietas y yernos, en una mezcolanza a prueba de epidemias víricas. Allí alguien me preparó una encerrona que puso en jaque mi discutible condición de forense literario, y para salir del atolladero no se me ocurrió nada mejor que comparar las voces narrativas diferentes y rasgadas con las voces diferentes y ásperas de algunos cantantes como Alejandro Sanz, Joe Cocker o David Bisbal.

Les aseguro que quizás fue peor el remedio que la enfermedad y dirán ustedes (acaso con razón) que a cuento de qué vienen estas confesiones internas, este lavar y tender trapos familiares a la vista de cualquiera que pueda leerlos.

Pues vienen al hilo, una vez más, de la novela que ha escrito Sara Mesa, una voz que se sale de los moldes establecidos, diferente y fascinante dentro del panorama literario actual, como ya demostró con novelas tan exitosas y desconcertantes como ‘Cicatriz’ o ‘Un amor’. Una voz peculiar que no se anda por las ramas, que lanza con pulso firme estocadas al corazón de sus personajes como lo haría el cirujano que empuña el bisturí para afrontar una operación a vida o muerte. Una voz que, por su desbordante humanidad, deja con mal cuerpo al lector en mil y una ocasiones.

Vaya por delante que Sara Mesa vuelve a demostrar su anarquía narrativa, que «pasa» de los convencionalismos estructurales al uso, que en su novela no hay un planteamiento, un nudo y un desenlace, sino un ir y venir por los calendarios de la familia que protagoniza la historia, mezclando los tiempos, las escenas y las biografías, andanzas o recuerdos de los personajes.

Asegura Damián (Padre) al comienzo de la novela que en su familia no hay secretos –tampoco hay televisión ni regalos de Reyes y sí devoción por Gandhi y numerosas y aparentes muestras de pudor– y que los diarios deben mantenerse abiertos, sin la privacidad de un candado, para que estén al alcance de cualquiera, aunque cada cual debe mantener una actitud de respeto hacia los demás y no violar su intimidad escrita.

Y así es ‘La familia’, una especie de diario coral escrito entre los padres –Damián y Laura–, los hijos –Damián, Rosa y Aquí (de Aquilino)–, la hija adoptada –Martina– y familiares como el tío Óscar, compañeras de piso como Yolanda, maestras de colegio comprensivas, viajeros varados como ballenas en un aeropuerto, novios circunstanciales, vecinas –madres e hijas– que ven con ojos muy distintos a sus vecinos de patio de luces, e incluso perros pulgosos que se quedan huérfanos de dueño. Un diario que no obedece a ordenaciones temporales, como si fuera una historia familiar que ha caído por casualidad en manos de la autora, y ella va arrancando pasajes del cuaderno tomados al azar, como las decisiones mínimas; para construir, sin embargo, y con su particular magisterio, un armazón que desvela finalmente los innumerables secretos de la saga que Padre (Damián) niega en el primer diálogo de la novela.

Unos secretos que no siempre nos son revelados, porque Sara Mesa se maneja magníficamente en las arenas movedizas de la insinuación, la sutileza y la sugerencia; y así descubrimos, en ocasiones, más misterios desde la observación y el silencio que desde la descripción explícita de las escenas, por mucho que Mesa afirme en uno de los capítulos que «hay que mirar las cosas muy de cerca para entenderlas y, aun así, algunas nunca se atrapan por completo».

Y esa sensación le puede quedar al final al lector, la de no haber atado todos los cabos; por más que la escritora ahonde en la psicología y la personalidad de los protagonistas y nos ofrezca con frecuencia una realidad poliédrica, expuesta desde distintos puntos de vista, y todos ellos defendibles, según quién los plantee o abandere. Y así, por ejemplo, Padre (o Damián senior) será para unos un caballero cabal, generoso, disciplinado y de moral intachable, y para otros una especie de hombre de Cromañón, machista, autoritario, farsante y que disfraza su radicalismo con un farisaico guante de seda y una sonrisa dentífrica; o Rosa, la hija auténtica, será una mujer valiente, adelantada a su tiempo o una cualquiera sin principios que acatar.

Cada capítulo de la novela tiene entidad propia y se sostiene por si solo, como si fueran relatos que también funcionarían a la perfección de manera independiente. Y, en mi opinión particular, destacan por su crudeza y su sensibilidad los que perpetra la propia Rosa, cuando se escapa de noche para verse con un novio juvenil y tiene encuentros inesperados o cuando adopta a un perro y asiste a funerales anónimos o a fiestas donde se encuentra tan a disgusto como un pie al que tratan de calzar un zapato dos números menor.

Cabe destacar que el modo de contar de Sara Mesa es granítico, pausado e inalterable; que su prosa es densa como la fronda de la selva más abigarrada, precisa, sin una concesión innecesaria a la bisutería semántica. Y así, lenguaje, descripciones, retratos y argumentos se argamasan en un bloque compacto, salpicado de vez en cuando con toques de humor que sirve para aligerar la tensión inherente a algunas escenas.

Titula la autora la novela con un determinante previo al sustantivo, no porque la que describe sea la única familia existente sobre la faz de la tierra, sino porque es una familia muy especial; por mucho que sus historias, como las que yo mismo interpreté hace unos días con mi hermana alejada o con mi familia postiza, sean historias indeterminadas. Historias que podrían sucederle a mucha gente y que, también por eso, logran que algunos lectores se sientan más identificados con la obra. Y es que muchos podrían vivir indeterminadas historias familiares. Pero solo alguien con la determinación y el talento de Sara Mesa sería capaz de escribirlas.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
Lo más leído